Cada vez que los científicos evalúan la evidencia del cambio climático global, sus pronósticos empeoran. Por lo tanto, lo mismo ocurre con las posibilidades políticas de que se llegue a un acuerdo global sobre las emanaciones de carbono. Desde el fiasco en Copenhague hace dos años, nadie se atreve a esperar mucho del interminable proceso de negociación internacional de cambio climático cuya última etapa comienza hoy en Durban, Sudáfrica.
Prácticamente se acabó el tiempo para extender el protocolo de Kioto, cuyos compromisos de reducir las emanaciones de carbono por parte de los países ricos se vencen el año próximo. Aunque haya una prórroga, no sería suficiente. El principal objetivo es que el carbono tenga un precio global, respaldado por cupos de emisiones transables o impuestos al carbono. Importa menos de qué manera se logra, ya sea un protocolo de Kioto mejorado, un nuevo acuerdo de subastas mundiales para reemplazarlo, o compromisos nacionales voluntarios pero efectivos. Pero hoy lamentablemente todas esas opciones son políticamente poco realistas.
Cada vez son más las razones para preocuparse. Este mes, el Panel Internacional sobre Cambio Climático advirtió que las emanaciones de gas de efecto invernadero probablemente causen olas de calor más extremas e inundaciones sobre las regiones costeras. No obstante, el apoyo político para que se tomen medidas pierde fuerza. Y las economías del mundo rico se están estancando.
La incómoda verdad es que corre peligro de perderse el argumento político que justifica tomar una acción decisiva en cambio climático. Además de cerrar acuerdos entre países sobre cómo actuar, los líderes deben fortalecer el apoyo popular a las soluciones.
Eso está lejos de ser inútil. Varios países están avanzando: el Reino Unido se comprometió a fijar un piso para el precio del carbono y Australia adoptó un impuesto al carbono. Del lado de la tecnología, el derrumbe del precio de los paneles solares provocará la quiebra de muchos fabricantes pero significa un avance para la viabilidad comercial de la energía solar.
La lección es que los incentivos del mercado funcionan, y que una vez que se entienden, las políticas que aplican bien esos incentivos también son políticamente viables. Fijar el precio correcto para el carbono y dejar que el mercado encuentre la mejor forma de reducir las emanaciones lesionan los intereses creados en la vieja economía basada en el carbono, pero recompensa a quienes tienen la ingenuidad de resolver el problema.
Los votantes apoyarán la política climática si ven que es una oportunidad y no el fin de su estilo de vida. Lograr eso importa tanto para el futuro de nuestro planeta como para lo que se acuerde, o no, en Durban.