Habían pasado unos minutos de las 18, hora de cierre de los comicios, cuando cerca de Alberto Fernández se entusiasmaban con los boca de urna: "¿Ocho puntos? Puede ser". Cerca de Axel Kicillof eran más "moderados" con respecto a la diferencia a favor: "Más de cinco". A esa altura, ya había circulado el video del festejo eufórico en La Plata del gobernador bonaerense con Máximo Kirchner y la postulante oficial Victoria Tolosa Paz. Antes que se difundieran los resultados, en la jefatura de Gabinete de Santiago Cafiero cerraban un triunfo por menos de cinco puntos.
Ironía del destino, la página oficial electoral mostró que, en realidad, en las urnas, el 5% a favor era para la interna de Juntos, sumando los votos de las listas de Diego Santilli y Facundo Manes.
El silencio de la vocería oficial se volvió de ultratumba. Todo a la espera que el propio Fernández analizara el derrumbe electoral del Frente de Todos desde el búnker en Chacarita, pasadas las 23, justo el horario que días atrás había deslizado el ministerio de Interior que recién se difundirían los primeros guarismos.
De los 24 distritos, el Gobierno perdía a esa altura en 17, una debacle impensada en la recta final hacia las PASO. Meses atrás, cuando la pandemia hacía temer una tercera ola, en la Casa Rosada abrían el paraguas al apelar a antecedentes internacionales: de Donald Trump en los Estados Unidos a Benjamín Netanyahu en Israel, el Covid-19 golpeó a los oficialismos en la urnas sin importar su éxito o fracaso en la administración de la crisis sanitaria. El argumento, reeditado en las últimas aciagas horas, fue desechado por la normalización en la provisión de las vacunas.
"Si miramos los indicadores económicos, tenemos que perder la elección: ganar por 5 puntos es un milagro", avisaba la semana pasada un estratega oficialista. Días antes el ministro Matías Kulfas (Producción) era uno de los pocos que admitía les bastaba "ganar por un voto". Parecía una estrategia, la que dicta el manual de evitar ser el favorito y sorprender con la épica del triunfo. Pero el temor a perder el quórum en el Senado pasó a repetirse y ayer se volvió realidad.
Justo Kulfas es apenas uno sólo de los funcionarios mirados de reojo por el cristinismo. Al digitar las cabezas de lista, en Provincia con Tolosa Paz y Leandro Santoro en Ciudad, Fernández buscó en las urnas una validación a su gestión, una administración con reclamos de correcciones desde dentro, como las públicas de Cristina Kirchner y las privadas de Sergio Massa.
El eco de los "funcionarios que no funcionan" volvieron a resonar esta noche, con una Vicepresidenta y un Massa que en silencio acompañaron a Fernández sobre el escenario. No era un secreto la apuesta por mudar a Cafiero al Congreso, ni los cortocircuitos que han tenido en el cristinismo con ministros como Martín Guzmán (Economía), Sabina Frederic (Seguridad) o el círculo íntimo presidencia, aún más desde el Olivosgate, con los secretarios Juan Pablo Biondi (Comunicación) y Julio Vitobello (General de la Presidencia).
La idea de "oxigenar" el gobierno albertista, previendo la segunda aparte de un mandato signado primero por el coronavirus, si bien estaban prevista para después de noviembre, ayer se descontaba entre fuente peronistas como un mensaje necesario de adelantar. Las veces que repitió "mañana" el Presidente desde el escenario fueron leídas como un guiño de vuelta de página.
Igual, los socios todistas no se salvaron del terremoto: los 33,5% de anoche estaban incluso por debajo de los 37 de la actual Vicepresidenta en 2017, lo que parecía un piso K en su bastión electoral, donde Kicillof también plebiscitó su gobierno.
El análisis de la menor asistencia era esgrimido desde, por caso, La Matanza. Si bien desde cierta lógica indica que el voto más volátil es propenso a la ausencia, en el bastión peronista evaluaban que el "elector peronista" esta vez les habría fallado. Creer o reventar.