El debate surgió en la redacción, pero podría haberse dado en cualquier almuerzo familiar. Un estudio señala que si se le quitan los subsidios del Estado a la tarifa eléctrica, el precio final al usuario se multiplicaría por cuatro. Eso implica que quien abona $ 100 por mes por su consumo eléctrico en la zona metropolitana (en el interior no hay subsidio y ya es más cara) pasaría a desembolsar $ 400, similar a lo que se paga por el servicio de cable e internet. ¿Eso es caro o era muy barato antes?
Lo que suele seguir a este tipo de planteos es una maratón de comparaciones. Alimentar de luz un mes a un hogar (con subsidio) tiene un costo similar a un solo viaje de taxi desde Belgrano al Centro. O a siete cartones de leche larga vida, o a 17 paquetes de figuritas. Las referencias precisas escasean, pero el hecho de que cada individuo tenga parámetros diferentes para cientos de bienes o servicios deja a la vista uno de los problemas más delicados de la economía argentina: la distorsión de precios relativos.
Para detener la inflación (la tasa de variación de los precios internos) hay recetas de todo tipo. Pero para equilibrar los precios relativos (las tarifas, el tipo de cambio, la presión impositiva, el costo de financiamiento, los salarios), el factor que en definitiva convence a una empresa para invertir y crear empleos en un país, hace falta algo más crítico: que el conjunto social asuma el problema. Este gobierno hoy tiene como meta lograr que la economía flote en un mar calmo. El desafío del que lo suceda será llevarla a un buen puerto.