Las autoridades no consiguen acertar la receta para ponerle fin a la crisis financiera internacional. Seguirán errando mientras se resistan a aceptar que bancos y países excesivamente endeudados enfrentan problemas patrimoniales serios antes que dificultades transitorias de liquidez. Lo que pocos venimos sosteniendo desde hace algunos años se patentizó con la caída de los precios de las viviendas en Estados Unidos, los problemas fiscales en el sur de la Unión Europea y, en estos últimos días, la discusión política en torno al techo de la deuda federal americana: algunas de esas deudas son impagables. El peso de dichas deudas acechará a estos países y a la economía global durante décadas.
Los episodios de estos días en los mercados financieros mundiales son un capítulo más de la crisis que comenzó en 2007. En EE.UU. la economía creció artificialmente desde mediados de los años 90 de la mano del crédito y burbujas de todo tamaño y forma. En Europa, además de burbujas similares, se dio la burbuja que trajo el euro al hacer converger las tasas de todos los países con la de Alemania. Ambas burbujas se hicieron posibles gracias a mercados que no discriminaban riesgos y por autoridades que priorizaron evitar dolores de cabeza de corto plazo (el llamado seguro Greenspan), y que, en el caso europeo, no explicaron la diferencia entre unión monetaria y unión fiscal.
Cuando empezaron a explotar las burbujas a partir del 2007, la reacción fue similar a la que les dio origen: se priorizó evitar las consecuencias por sobre resolver las causas. Y así, se evitó que las economías se desendeudaran vía quebrantos de los acreedores. El objetivo: que nada volviera atrás, que la ficción continuara. Se trató a la crisis como un transitorio problema de expectativas y no como un problema estructural, en el que no hay precio de activos posible para mantener los niveles de demanda previos a la crisis, y no hay arterias fluidas en los sistemas financieros, mientras no se sincere la situación de muchos activos congelados en sus balances a precios sobrevaluados.
Hasta ahora, cada vez que los mercados se acercan al pánico, la reacción de autoridades americanas y europeas es la de responder con medidas agresivas, que logran un respiro transitorio. Estamos llegando ahora a un punto de quiebre. Con la crisis fiscal de EE.UU., todas las esperanzas están depositadas en la política monetaria. Pero con las tasas de interés en 0%, no es mucho lo que pueden ofrecer. No hay más margen para estímulo monetario o fiscal. En el caso europeo, la única manera de rescatar a la deuda soberana de España e Italia de manera permanente y no transitoria, es anunciar eurobonos para todos, cosa que Alemania no va a hacer.
Haber usado a los Tesoros y a los Bancos Centrales para rescatar a acreedores que habían prestado mal, equivalió a hacerle pagar el precio a toda la población. Y tratar de resolver un problema de endeudamiento excesivo privado, transfiriendo las deudas a los gobiernos, sólo postergó el momento de la verdad. En esta hora de sinceramiento, inevitable cuando las autoridades económicas se quedan sin instrumentos y sin credibilidad, finalmente el precio de los activos reflejará los respectivos riesgos de cada uno, se limpiará por fin la cañería de los sistemas financieros, se transparentarán las pérdidas, y será un nuevo empezar para todos, pero tras una noche larga para las economías desarrolladas en lo que hace a crecimiento.
La pregunta para Argentina es si todo esto afectará el verdadero motor de nuestro crecimiento, que es China. Es probable que esto no suceda, por lo menos en el corto plazo, y que los precios de las materias primas se mantengan debajo de los valores máximos, pero bien por encima del promedio que enfrentó cualquier gobierno desde el retorno de la democracia.
Para Argentina, el problema más serio siguen siendo sus políticas equivocadas, que persiguen a los productores, malgastan recursos fiscales subsidiando a los más ricos, usan la política cambiaria, monetaria y fiscal de modo procíclico, privilegian el corto plazo por encima del mediano plazo y juegan a la ruleta rusa del 25-25 (25% de inflación y 25% de pobreza). Va un solo ejemplo: esta crisis no cierra mercados a nuestras exportaciones; de eso se ocupa Guillermo Moreno.
Volviendo al mundo, en el mediano plazo, seguramente venga la solución inflacionaria. En EE.UU. es claro quién sería el emisor, en Europa la duda es si es la UE, como existe hoy, o estados soberanos que ya no estarán en ella.
Ojalá que a los argentinos nos encuentre entonces con un gobierno que privilegie el bien común por encima del de los amigos y que destine los notables excedentes fiscales, que con buen manejo aún podríamos tener a mano para ganar la batalla más urgente y más importante (y la más inexplicable y escandalosa después de tanto crecimiento y viento de cola): la de derrotar definitivamente la pobreza.