Como las cucarachas, los argentinos seremos estudiados algún día por nuestra capacidad de sobrevivencia a las catástrofes políticas y económicas. Los rodrigazos, las 1050s, las hiperinflaciones, los corralitos, los cepos al dólar, los saqueos callejeros y los apagones de luz. Esta última es la más reciente de las plagas urbanas. Una de las heridas sangrantes del Estado por las que será recordada la década kirchnerista. Así y todo, nos hemos ido adaptando. Alguna protesta tímida, algún cacerolazo aislado, alguna fogata nocturna. Y no mucho más. La Navidad pasará con cierta zozobra social y con estos cortes de luz que harán más insoportable la nochebuena para aquellos que tengan que aguantar el calor sofocante sin la bendita energía eléctrica.
Una de las manifestaciones más novedosas de la adaptación argentina a las crisis cíclicas es, sin dudas, el interés por adquirir generadores eléctricos. El miércoles, El Cronista dio cuenta de la avalancha de consultas que aterrizan sobre los Easy, los Sodimac y las ferreterías industriales. Generadores chinos para uso hogareño básico; de fabricación japonesa cuando las casas son más grandes. Los de fabricación nacional a nafta o a gasoil. Nos volvimos expertos tan rápido que Mauricio Macri tardó 24 horas en reclamar una ley para que los edificios nuevos tengan generadores por obligación. Se trata del más reciente rasgo de creatividad criolla para reparar otra ausencia del Estado. Las prepagas crecieron exponencialmente para reemplazar las debilidades de la salud pública. Las garitas en los barrios con agentes improvisados tratan de achicar los márgenes de inseguridad. Las combis privadas le pelean los clientes agobiados a los trenes y a los colectivos. Y con los generadores, hasta hace poco reservados a las pymes y los talleres de cierta monta, los ciudadanos de a pie se resignan a la permanencia de los cortes de luz. El gasto de estos días tal vez les evite el de una heladera con freezer o una computadora que se les queme por la inclemencia de los apagones inesperados.
La oscuridad de las ciudades sin luz y el calor de diciembre vuelven más incierto el fin de fiesta que le toca al kirchnerismo. Sus dirigentes asisten asombrados a la seguidilla de errores, algunos provocados por la ineficacia, otros por la desidia y muchos por la imprevisión de los años de la abundancia. Trenes que chocan. Policías que no garantizan seguridad. Redes eléctricas que estallan apenas la temperatura roza los 32 grados. El Gobierno enfrenta los síntomas de su propia decadencia por donde menos lo esperaba. Por el déficit multiplicado del Estado.
Y como si todo eso no fuera suficiente, tiene un par de investigaciones por hechos de corrupción que afectan al vicepresidente de la Nación y al empresario más cercano a la familia de la Presidenta. Las sagas de Amado Boudou y de Lázaro Báez sólo proyectan más penurias para los meses que vienen. Los entretelones de las investigaciones dejan al descubierto una trama tan burda que el fin de fiesta del menemismo en los años 90 puede terminar pareciendo una matiné del gran baile en el que estamos metidos.
Ojalá el remanso de la Navidad, el año nuevo y los días de vacaciones que suelen acumularse en enero iluminen a la dirigencia. Que la Presidenta, el jefe de gabinete, los gobernadores y los intendentes vuelvan con las pilas cargadas y las cabezas llenas de ideas para replantear la Argentina que arde. Los dos años que quedan hasta el 2015 son un período demasiado largo como para resistir comprando un generador cada vez que la realidad nos deja sin luces para iluminar el presente.
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