Desde que resultó elegido Papa, el sacerdote argentino Jorge Bergoglio no para de sorprender. Y su llegada al país con más fieles católicos del mundo, promete no ser la excepción.
A horas del inicio del primer viaje apostólico, en el marco de un evento significativo como la Jornada Mundial de la Juventud, Francisco ya generó un importante revuelo con sus pedidos. Gestos que dicen mucho más de lo que parecen.
Uno de sus reclamos más resonantes es el de jubilar al papamóvil blindado, heredero del atentado a Juan Pablo II. Sucede que este tipo de artificios a la vez que protegen al pasajero lo aíslan y lo colocan en una cárcel de cristal. Y el Papa que llegó del fin del mundo no quiere estar aislado; desea estar en contacto con el pueblo.
Durante siglos el obispo de Roma fue el príncipe de la Iglesia, con corona de oro y trono. Desde el primer día de su pontificado, Bergoglio dejó en claro que iba a renegar de tal principio. No sólo se negó a portar la tiara y a sentarse en sillones de lujo, sino que se resiste a ser tratado como parte de la nobleza.
Francisco prefiere estar cerca de la gente y eso es todo un mensaje hacia dentro de la Iglesia, sobre todo a la jerarquía eclesiástica.
El riesgo que presupone la exigencia papal generó un dolor de cabeza a las autoridades brasileñas y a las fuerzas de seguridad que buscan el modo de proteger a su invitado de honor. Una de las medidas que barajaron es la de cambiar sobre la marcha la hoja de ruta. Pero el tozudo sacerdote se volvió a negar.
Construyendo puentes
Es difícil imaginar el resultado final de las acciones que lleva adelante, pero es algo menos complejo adivinar alguna de sus intenciones.
Y, tal vez, la más importante sea la de dar a su Iglesia un nuevo rumbo y cambiar la matriz del mensaje, tanto hacia adentro de las comunidades cristianas como hacia afuera. La idea: frenar el aislamiento al que la condujeron sus dos antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI, y recomponer el camino iniciado por el Concilio Vaticano II.
La Iglesia de Brasil cuenta con dos fuertes corrientes que fueron fuertemente castigadas en los últimos tiempos por los conservadores papas anteriores. El hecho de que el popular padre Marcelo Rossi, principal exponente del movimiento carismático, participe de los eventos de Río o que el más reconocido teólogo de la liberación, Leonardo Boff, haya hecho público su apoyo a la gestión de Francisco, hablan claramente de los puentes que intenta reconstruir.
Puentes que quiere tender hacia las otras religiones y aún hacia los no creyentes. Las reuniones con los líderes judíos, islámicos y sus acercamientos con los representantes de las iglesias católicas ortodoxas y las comunidades cristianas evangélicas son parte de esta estrategia. También, teológicamente hablando, su fuerte pronunciamiento: Los ateos que son buenas personas, tienen ganado el cielo.
Hay ciertos temas que desde la misma Iglesia, fundamentalmente con Juan Pablo II, se propusieron como los problemas nodales de la discusión política: aborto, homosexualidad, eutanasia y divorcio, entre otros ítems morales. Temas no menores, con fuertes implicancias en la vida cotidiana de las personas.
El mundo espera que este Papa se pronuncie claramente sobre ellos y a partir de allí ver cuánto de continuidad y ruptura habrá en su papado. Pero habrá que descartar esta discusión: Francisco es el hombre de los puentes, las rupturas no están en sus planes. Firmeza en las decisiones sobre temas que no admiten dudas. La corrupción y la pederastía no son tolerables. Vasos comunicantes con los temas que discute la sociedad sin perder la identidad. Ser tolerantes con los homosexuales no significa cambiar de postura sobre la homosexualidad. Finalmente, hacer lo que cristianos y no cristianos le reclamaron a la jerarquía de Iglesia Católica desde siempre. Una actitud humilde, que viva la pobreza que predica y que ese ejemplo, más que encendidos discursos morales, sea el principal atractivo para llenar los templos de fieles.
Ir por el mundo sin un cristal antibalas no es un capricho para traer dolores de cabeza a las fuerzas de seguridad. Es toda una definición sobre lo que el Papa pretende que haga su Iglesia. Andar sin armadura, como el poberello de Asís hace 800 años, en su cruzada a la Tierra Santa.