La famosa frase de Julio César en ocasión de su divorcio de Pompeya Sila derivó en el refrán conocido como "no sólo hay que ser, sino parecer". Esta máxima ciertamente aplica hoy, a la actualidad argentina. Cierto es que los esfuerzos están puestos en validar sólo la segunda parte de esta premisa y en buscar el rédito en el corto plazo, se manifiesta en una tensión cambiaria que ya no se puede esconder. Las apariencias llegan pronto a su fin.
Buscar la generación de calma a partir de condiciones artificiales, como alimentar una bicicleta financiera, mezclada con endeudamiento y cuasi fijación del tipo de cambio, tiene corto aliento. Responder con el miedo y mayor apriete es una mala decisión. El trabajo del Central en el mercado de cambios se hace desde la solvencia, la pericia y el poder de fuego. Nada de eso opera en la Argentina de hoy. Las condiciones objetivas nos muestran que el nivel de reservas se explican fundamentalmente por un canje de monedas con el Banco de la República Popular China. Pero estos fondos siguen estando depositados en yuanes (hasta el momento no hay información de que se hayan convertido a dólares), por lo que por ahora son solo un artilugio contable más que reservas contantes y sonantes. En ese sentido, vale tomar en cuenta que el BCRA tiene letras intransferibles por $ 507.000 millones, más los adelantos transitorios por $ 272.000 millones y que estos superan en aproximadamente $ 750.000 millones de pesos al patrimonio neto de la entidad (que es de tan solo $ 32.000 millones). Como referencia, en diciembre de 2009 las letras y adelantos (por $ 36.000 millones y $ 37.000 millones, respectivamente) estaban alineados con el patrimonio la autoridad monetaria.
Este considerable riesgo cambiario e inflacionario derivado de la insolvencia del ente monetario, tiene consecuencias cambiarias que como en estos días comienzan a aparecer En tanto, sostener la expansividad monetaria y el desalineamiento cambiario desde hace ya cuatro años también tiene una contracara desdibujada: la acumulación de profundas inconsistencias, como un insostenible déficit fiscal y un profundo desacople de precios relativos. Es por eso que la recalibración del riesgo está continuamente a la vuelta de la esquina.
En definitiva, la apacible apariencia que ostentó hasta ahora la economía va llegando a su fin. Abandonada ya la calma cambiaria, la menor inflación y un tibio nivel de actividad resultan la apariencia de una realidad que es harto más compleja, donde el ser está dominado por el enorme déficit fiscal, un entorno estanflacionario y una política económica inapropiada para garantizar un sendero de crecimiento de mediano plazo.
Un nuevo gobierno deberá ser quien tenga en sus manos la tarea de volver a hacer coincidir la realidad con la semejanza. Esta nueva sucesión presidencial cuenta además con una ventaja. Todos los profesionales coincidimos en el que, mas no en el cómo, y para eso se necesita pericia y experiencia en el manejo de lo público. En los tiempos que vienen se requiere de decisión política y de gestión económica. La primera decisión política es la de volver a calibrar los termómetros para tener una correcta medición del estado de situación socioeconómico. La de gestión económica es balancear las necesidades urgentes con los temas claves. En lo urgente, deberá generarse un programa financiero para los primeros veinte días de gobierno, cuando las cajas en dólares y en pesos que deja este gobierno saliente estén prácticamente vacías.
En ese sentido, hay muchos dólares y euros dando vueltas en nuestro país y en el mundo por que el costo del dinero está por el piso. Esto es una oportunidad si se generan inmediatamente medidas para que retornen los dólares al país, convocando los dólares del campo, del sector energético, de los mismos argentinos y planteando un programa federal de infraestructura con la ayuda del Banco Mundial, a la vez que se logra atraer inversiones de lugares de donde antes no venían. Inmediatamente después será necesario estudiar los tiempos y las estrategias para bajar la inflación, eliminar el cepo cambiario y normalizar la situación financiera con el resto del mundo, temas de igual relevancia para el futuro próximo.
Lo anterior no implica cometer el error de solucionar los problemas coyunturales quitando la vista de lo que es importante. Este es el eje fundamental de mi nuevo libro Cuentas Pendientes. Uno de los principales desafíos que heredará la próxima administración será la de salir del cortoplacismo, para poder pensar en forma estratégica nuestro futuro. Ello implicará establecer políticas permanentes y escapar del péndulo que caracteriza nuestra historia económica. La base de ese consenso sobre políticas de Estado deberían ser cuatro ejes estratégicos: construir institucionalidad sin arbitrariedad; potenciar la producción y el empleo de calidad como complemento superador del asistencialismo; promover un país federal e integrarnos con el mundo.