La narrativa de Bancos contra Fintech se repite desde hace años: los bancos acusan a las fintech de crecer con menor carga regulatoria, mientras las fintech critican a los bancos por no innovar ni pensar en el usuario. Como en toda discusión larga, ambos tienen algo de razón. Pero insistir en ese antagonismo es no ver lo esencial: el sistema financiero ya está cambiando y la infraestructura sobre la que opera también.
Hoy vemos bancos creando sus propias fintech para explorar modelos más ágiles, y fintech que, en su camino hacia la madurez, adquieren licencias bancarias para ampliar su oferta. ¿Por qué ocurre esto? Porque el supuesto "desnivel" regulatorio es, en gran parte, una ficción. Las reglas que rigen a los bancos -como la Ley de Entidades Financieras de 1977- fueron diseñadas en otra era: sin internet, sin celulares, y mucho antes de que existieran las billeteras digitales o el blockchain.
Mientras tanto, el ecosistema fintech argentino no para de crecer: cerró 2024 con 36.800 empleos directos, cinco veces más que en 2017, cuando alcanzaban los 7000, y proyecta sumar más de 4.200 nuevos puestos en 2025. En paralelo, se abrieron 50 millones de nuevas cuentas (CBU + CVU), de las cuales el 90% son de personas menores de 25 años. Hoy, 28,8 millones de argentinos usan billeteras digitales y el uso de pagos con QR creció un 272%, liderado por sectores históricamente excluidos del sistema financiero.
Pero si hablamos de transformación profunda, hay que mirar el ecosistema cripto. Más de 2,5 millones de argentinos usan cripto cada mes como herramienta de pago, ahorro e inversión, a través de PSAV regulados y registrados ante la CNV y la UIF. Solo en 2024, se superaron los u$s 91.100 millones en transacciones, posicionando a la Argentina como líder en América Latina y el hemisferio sur.
Además, esta infraestructura no solo permite operar dentro del país. Los pagos transfronterizos con stablecoins, que ya mueven miles de millones de dólares mensuales a nivel global, permiten enviar dinero entre países en segundos, con costos hasta 80% más bajos que los canales bancarios tradicionales. Como ejemplo concreto: hoy en Bitso ya procesamos el 10% del total de las remesas que se envían de Estados Unidos a México.
Y, aun así, el tratamiento regulatorio en Argentina sigue siendo discriminatorio. Un caso claro es el impacto del Impuesto a los Débitos y Créditos sobre cuentas recaudadoras que no tienen los beneficios fiscales que sí gozan empresas no cripto que ofrecen servicios similares, a pesar de operar bajo los mismos estándares de cumplimiento.
Entonces, ¿tiene sentido seguir discutiendo si la cancha está desnivelada entre bancos y fintech? ¿No sería mejor preguntarnos si existen hoy realmente finanzas sin tecnología? ¿O cuánto falta para que los jugadores que ya estamos usando otra cancha -con otras reglas y mejor tecnología- logremos una adopción masiva?
El desafío hoy no es equilibrar viejas estructuras, sino actualizar el marco regulatorio para un entorno que ya cambió. Porque mientras algunos todavía discuten los límites de la infraestructura tradicional, ya existe una nueva: descentralizada, interoperable, regulada y sin fronteras, que avanza con o sin permiso.
El Estado tiene que dejar de ser árbitro de un partido viejo y empezar a construir las reglas del próximo. Uno donde el foco en el usuario, la innovación, la competencia leal y la inclusión sean los valores centrales, no los privilegios heredados.
Y, como última reflexión en este contexto, urge también repensar el rol de las cripto en la estrategia macroeconómica del país. La incorporación de las cripto en las reservas nacionales ya no es una idea radical: es una oportunidad concreta que no podemos seguir ignorando.