El dólar subió 11% en el día y 39% en el mes. En una jornada de extremo nerviosismo, mucha incertidumbre y enorme volatilidad, que vio variaciones de precios de $ 35,42 hasta $ 41,60. Con muy poco volumen, dos intervenciones del Banco Central, y un abanico de versiones que daban por válidas tanto imposibles cambios de gabinete como insólitas teorías conspirativas sobre intentos de golpe de mercado.

Como si el tema fuera únicamente el dólar y los supuestos conspiradores tuvieran la capacidad de modificar el rumbo de los mercados mundiales. Ayer se habló de "efecto Tango" para explicar la caída de los papeles de los países emergentes. No podrían influenciar a grandes fondos de inversión, que decidieron salir de bonos soberanos de Argentina o de los ADR de acciones de empresas argentinas que cotizan en Wall Street.

Los papeles de bancos sólidos acumulan pérdidas de hasta 47% en sus cotizaciones y aunque con menos variación, corrieron la misma suerte los ADR de las energéticas. Los títulos públicos van en la misma tendencia y los rendimientos ya superan 10% anual.

El riesgo país, medido por el EMBI+ Argentina, se incrementó 30% solo en agosto y está cómodo arriba de 715 puntos. La otra medida del riesgo, que son los CDS, los seguros contra default, fueron aún más allá: pasaron de 424 a 670 en el mes, más de 55% de aumento en la percepción de la eventualidad de un impago del país.

Son datos objetivos. Precios de mercado. No sirve analizar si responden o no a percepciones acertadas. Es la síntesis del humor de quienes toman decisiones y alimentan las computadoras de los mercados en todo el mundo y que gatillan órdenes de compra o venta en base a la información que se les carga. Lo que dicen esos precios es que hay más inversores que quieren salir de los que quieren entrar y ven oportunidades y valor en las cotizaciones actuales.

¿Cómo modificar ese humor? Desde ya no colabora el negar que existe un problema y claramente es más local que externo. Sigue sin estar claro cómo se va a lograr la reducción del déficit en 2019. Hay dudas razonables inclusive sobre el cierre de 2018, toda vez que el Presupuesto estimaba un crecimiento de 3,5% y ya se admite una caída de 1% del PBI este año. En términos de recaudación significa una merma de u$s 6000. Casi todo lo que hay que recortar el año próximo. Tampoco puede tomarse por hecho que los vencimientos de deuda en manos de privados se renovarán. O que con la escarpada suba del dólar se pueda revertir el déficit del balance cambiario que en 2018 ya suma u$s 27.172 millones: en 7 meses, el 70% de todo lo que consumió la dolarización de portafolios, los viajes de turismo y el comercio exterior en 2017.

La palabra de los funcionarios aparece devaluada a los oídos de los agentes económicos. No alcanza. Se duda hasta de que el adelantamiento de los desembolsos del FMI pueda resolver la crisis de confianza. Como que hace falta algo más contundente. Por ejemplo, ayudaría comenzar por reconocer que hay un problema serio, autogenerado en la falta de aciertos. Y, a partir de allí, tener un diagnóstico preciso y poder tomar las decisiones capaces de torcer las expectativas.