Hay partidos políticos, un Parlamento, cada cuatro años (ahora serán seis) hay elecciones presidenciales, se presentan candidatos oficalistas y de la oposición. Existe un poder Judicial. Se parece a una democracia. Pero no lo es. Porque la realidad en Rusia es que existe un poder único, liderado por Vladimir Putin. Lo demás funciona como estructura formal. Y si alguien creyó que puede criticar públicamente decisiones del régimen, paga caro su equivocación.
Tal es el caso Alexei Kudrin, ahora ex ministro de Finanzas ruso, quien cometió la imprudencia de expresar públicamente su desacuerdo con el enroque anunciado el sábado pasado que permitirá que el primer ministro Putin vuelva a ser presidente y que su cargo lo ocupe el actual jefe de Estado, Dmitri Medvedev. Un día después, Kudrin -muy apreciado en Occidente porque los consideran un garante de la estabilidad económica rusa-, fue obligado a renunciar.
En la Rusia de Putin no hay lugar para disidencias, aunque sacarlo del cargo a Kudrin pueda significar consecuencias negativas para la economía del país.
Putin, ex funcionario de la KGB, asumió la presidencia de Rusia en el año 2000 y fue reelecto en 2004. Como la Constitución no prevé un tercer mandato, y para poder dar la imagen de que la democracia funciona en su país, armó todo para que su fiel aliado Medvedev ganara la presidencia.
En los cuatro años que estuvo frente al Kremlin, Medvedev consiguió una reforma constitucional que aumenta el mandato presidencial de cuatro a seis años.
Si, como es de prever, Putin se instala nuevamente en el Kremlin durante dos nuevos mandatos, estará en el poder hasta 2024. Todo lo demás es pura formalidad.