Aunque el ex Secretario de Comercio Guillermo Moreno y el Ministro de Producción Francisco -Pancho- Cabrera podrían ser referentes secundarios de la grieta, en los hechos parecen compartir algunos enfoques. Ambos usaron fundamentos similares, y de singular reflejo hepático, cuando en sus respectivas gestiones optaron por disputarle a la Cancillería el manejo de ciertas negociaciones de política comercial y el deseo de administrar la promoción de exportaciones (el segundo de ellos, también la promoción de inversiones).
Cada uno de esos episodios revivió, en forma espontánea, lo que el maestro Jorge Luis Borges describiera como la pelea de dos calvos por quedarse con un peine. Sin embargo, esta vez El Hombre de la Casa Rosada, no el ficcional de la Esquina Rosada, le concedió el peine a su amigo Cabrera y a otros posibles beneficiarios del poder.
¿Es esta la racionalidad del último organigrama del gabinete nacional, donde fueron reasignadas las tareas de promoción a un Ministerio que demostró tener serios problemas de brújula y conocimiento, sustituyendo planteles de tangible cultura funcional y profesional por otros que necesitan entender de qué se trata y foguearse antes de estar listos para encarar tales desafíos?
¿A qué fin útil sirve este aparente desmanejo de recursos?
La parte más inquietante es que el enfoque no deja atrás la mentalidad de quienes durante años fueron alérgicos a las reuniones de Gabinete, a las consultas oportunas de carácter técnico y político en la esfera interministerial (lo que hoy sobrevive con la falta de un coherente sub-gabinete económico), o a recrear el diálogo orgánico y vinculante con la sociedad civil.
Si bien la presencia de nuevos directores en el Banco Central, o la inclusión de gente de otras fuerzas políticas en la Provincia de Buenos Aires son señales bienvenidas, esas decisiones no sustituyen el objetivo de montar un esquema de gobernabilidad basado en carreras profesionales y en la formación de equipos de Estado como el que existe, con su solidez e imperfecciones, en la Cancillería. Aún suenan ecos de la tendencia a convocar gente del palo, no a la gente que sirve.
¿Es o fue la Cancillería una cenicienta pasiva de este cuento?. No. Aunque el Ministerio se guía por la indeclinable responsabilidad de conducir en forma monopólica o preferente todos los vínculos con el exterior, y exhibe la ventaja de contar con recursos humanos que sobresalen notoriamente del nivel alcanzado por el resto del Estado, su actividad resulta opacada por la existencia de blancos móviles y contradictorios de trabajo. Nunca es posible maximizar rendimientos cuando se intenta dignificar una caricatura de la realidad.
Desde esa perspectiva, tanto el sector público como la sociedad civil desperdician un lote de profesionales de muy alta calidad y experiencia; seleccionado por concurso, obligado en forma permanente a perfeccionarse, a dar constante pruebas de esa capacitación y educado en la cultura de los temas que le toca resolver y gestionar. Son recursos acostumbrados a cohabitar sin complejos con la noción de políticas de Estado.
Pero la capacidad de delivery no es un acto mágico. Depende de la organización, voluntad y nivel de sabiduría que pueden generar el poder político y el aparato profesional que está a su servicio. También de la definición de misiones que permitan fortalecer el músculo exportador de una sociedad civil que no entiende bien la creciente complejidad del mundo.
Días atrás el Canciller Jorge Faurie le dijo al Sindicato que aglutina a la mayoría de los diplomáticos, que ciertos integrantes de los rangos inferiores del plantel se resistieron a colaborar en las actividades relativas a la presidencia argentina del G20, o a cubrir destinos muy difíciles para la vida personal y familiar. Esos episodios son inaceptables. Quien ostenta la condición de miembro del servicio exterior y no desea ejercer las obvias responsabilidades del puesto, está en la carrera equivocada. El poder no puede atragantarse por actos de indisciplina o por caprichos freudianos.
Un ejemplo de las cosas para las que se requiere cintura y entendimiento profesional, ayuda a pensar.
La favorable perspectiva de negociar un acuerdo agrícola bilateral con los Estados Unidos como el que se mencionara durante la visita del vice-Presidente Mike Pence a Buenos Aires, obliga a definir tres elementos básicos:
a) el nuevo instrumento no debería incluir concesiones referidas, directa o indirectamente, a los históricos reclamos de la Argentina en materia de limones (el mandatario visitante anticipó que ese tema ya estaba resuelto), carnes y una larga canasta adicional de productos (cuyo comercio está trabado desde hace más de veinte años por las verónicas proteccionistas de Washington y por la negligencia oficial de la Argentina, ya que se trata de concesiones negociadas y aprobadas en el marco de la Ronda Uruguay del GATT, en un paquete que incluye cuotas de maní y derivados del maní; tabaco, quesos y otras ventajas); en otras palabras, no se justifica el doble pago ni el replanteo de viejos derechos;
b) toda concesión futura sólo puede considerarse de valor real si está amparada por la tangible eliminación de las restricciones comerciales (cuya existencia legal está prohibida desde la Ronda Uruguay del GATT, por lo que el único atajo disponible es aplicar las reglas y extirpar ya mismo toda forma de proteccionismo regulatorio), lo que equivale a la honesta (ja!!!) puesta en práctica de las medidas no arancelarias como los requisitos sanitarios, ambientales, climáticos y de calidad, en especial si el nuevo acuerdo tiene alcance OMC-plus; y
c) la eventual liberalización de ese comercio bilateral debería incluir la completa eliminación de todos los subsidios sectoriales, ya que sería tonto, por decir lo menos, que la Argentina acepte darle trato unilateral de país en desarrollo a Estados Unidos.
Abrazo a todos y a todas.