

5 de Enero de 2002. Corralito y bancos cerrados; declaración del default más grande de la historia mundial; caos social; cuatro años ininterrumpidos de recesión económica; u$s 8000 millones de reservas en el Banco Central, y pedidos de liquidación de importaciones por u$s 5000 millones. Este país dejó la Convertibilidad, el modelo económico que durante diez años ató la moneda local al dólar estadounidense, en su último día de vida.
La sobrevaluación cambiaria generada en los '90 por la decisión de equiparar el peso al dólar originó una economía de ficción, donde trabajadores y empresas cobraban en pesos, pero se endeudaban en dólares.
Como contrapartida, las grandes beneficiadas bajo ese sistema económico fueron, entre otras, las empresas privatizadas y las multinacionales, que lícitamente convertían en dólares los pesos que cobraban en la Argentina para enviarlos como remesas a sus casas matrices. Claro que cuando se devaluó, las mismas compañías, junto a los bancos, y el conjunto de los asalariados (la desocupación bajó, pero la pobreza aún sigue alta), fueron quienes recibieron el mayor impacto.
Pero ese país desvastado por 10 años de convertibilidad, con déficit fiscal y financiero no fue el que recibió Néstor Kirchner. Lo recibió Eduardo Duhalde, que devaluación y pesificación asimétrica mediante, comenzó a resolver uno de los problemas de fondo de la economía. De hecho, la sobrevaluación cambiaria había destruido la industria que ahora, con un tipo de cambio competitivo y en muchos casos con deudas pesificadas, volvía a vivir. Duhalde, que no había llegado a la Presidencia por el voto popular sino porque la crisis social económica y política había carcomido no sólo el gobierno de Fernando de la Rúa, sino otros tres efímeros presidentes que tuvieron lugar en el convulsionado diciembre de 2001, tenía que solucionar, entre otras cosas, el corralito. No se le ocurrió nada mejor que prometer devolver dólares a los ahorristas cuando sólo tenía pesos y cuasimonedas. El otro tema a resolver era nada menos que la deuda pública. Los dos pasaron a ser problemas para el próximo Gobierno.
El 25 de mayo de 2003 un eufórico Néstor Kirchner prometió traje a rayas para los empresarios evasores. No cumplió. A muy pocos le importó. Es que el país económico de Kirchner marchó sobre ruedas a nivel macro. Y su gran éxito fue la renegociación de la deuda, con quita de 75%. El otro gran éxito llegó por el lado fortuito: commodities como la soja tenían precios récord, al tiempo que el dólar cada vez valía menos. Mejor panorama externo para la Argentina, imposible.
Cuando Kirchner entregó el mando, el país contaba con un sistema financiero en plena función; la deuda pública reestructurada casi en su totalidad; crecimiento ininterrumpido de la economía desde febrero del 2002 (casi 40% acumulado); 60% de aumento de la actividad industrial en el mismo período; más de dos millones de trabajadores incorporados al mercado laboral, y cancelación total de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Sin lugar a dudas, entre la Argentina del 2001 que recibieron el ex presidente, Eduardo Duhalde, y el ex ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, y la que dejó Kirchner, existía una gran diferencia.
Pero el kirchnerismo que en los primeros años aprovechó los beneficios de la devaluación y la capacidad instalada que le posibilitaba crecer sin tener inflación, tiene muy poco que ver con el actual.
Cambio de rumbo
De la economía de superávit gemelos se pasó a la economía del déficit, entre otras cosas por la suba del gasto público, la menor demanda externa y porque el Gobierno apuesta al consumo interno, y no tiene respuestas para frenar una inflación que supera los dos dígitos. Al mismo tiempo, la soja sigue con buenos precios, pero lo recaudado por retenciones ya no representa lo mismo en las cuentas del Estado que a principios de 2003. Dicho de otra forma, desde 2008 en adelante, la Argentina pasó del boom exportador (no sólo la soja, sino que la balanza comercial contaba con abultado superávit) a este presente donde el contexto internacional no ayuda, pero la política local tampoco.
En los últimos años volvieron a ser controladas por el Estado, empresas como Aerolíneas Argentinas e YPF. En el primero de los casos, la empresa es una fiel representante del Estado bobo. Es decir, cuando daba ganancia se privatizó, y cuando daba pérdida y estaba a punto de la quiebra, se la reestatizó.
Ahora, cuando la mayoría de las aerolíneas del mundo dan pérdida, producto básicamente del alto precio del petróleo, la estrategia del Gobierno parece estar centrada en acotar el déficit de Aerolíneas de alguna forma. En el mercado sospechan que la única herramienta para cumplir mínimamente con el objetivo es desgastar a LAN para que la aérea chilena ceda espacios en las principales rutas comerciales (los destinos que dan ganancias). Desde el Gobierno lo desmienten de forma tajante, pero la realidad también indica que a LAN primero le sacaron mangas y la semana pasada tuvo que pagar u$s 18 millones extras a Intercargo para levantar un conflicto que paralizó sus vuelos.
La expropiación de YPF es diferente. Pero después de hacerse con la petrolera, ahora el Gobierno está en un dilema. El argumento para quedarse con la empresa fue que Repsol no invertía. Ahora, la producción de YPF no alcanza para cubrir el déficit energético local, y las inversiones que se necesitan para explorar Vaca Muerta, uno de los mayores yacimientos de gas y petróleo no convencionales, llegan a cuentagotas.
Por si esto fuese poco, la decisión de pesificar la compra-venta de viviendas deprimió el mercado inmobiliario con la consecuencia de la pérdida de miles de empleos en el sector de la construcción. Hay más; la menor demanda de China -crecerá menos que otros años- pega de lleno, por ejemplo, en el sector minero.
Claro que a la situación mundial, hay que agregarle los condimentos locales. La decisión de la brasileña Vale de dejar la Argentina, no es sólo un golpe para la economía de Mendoza, provincia en la que se aloja el yacimiento de potasio que iba a explotar la empresa, sino que representa la caída del mayor proyecto minero que tenía el país. La empresa, la misma que frenó inversiones en Canadá y Brasil, se va porque el negocio no es lo que era a nivel mundial y también porque en Argentina recuperar los dólares que invirtió es una tarea casi imposible.
En el medio de todo, la figura del Gobierno para negociar con los empresarios es la del secretario de Comercio, Guillermo Moreno, un hombre que impone respeto, y hasta temor, no sólo por sus modales, sino por sus formas rústicas para ver la economía. z we













