El 6 de septiembre pasado, el prestigioso The New York Times publicó una entrevista a la estrella del fútbol mundial y goleador en Qatar, Kylian Mbappé. La nota comienza así. "Finalmente, Kylian Mbappé llegó a la entrevista en un gran vehículo con vidrios polarizados y acompañado de su madre, dos relacionistas públicos, un par de abogados, un pequeño equipo de documentalistas, además de un estilista y amigo cuyo papel al principio no estaba claro. Así es como se desplaza una de las mayores estrellas deportivas del mundo estos días. Kylian Mbappé no solo entra por la puerta. Él arriba. Pero todavía no llegaba. Primero llega un gran encargado de seguridad que solicita amablemente -solicitud que claramente no es opcional- que se le permita revisar los espacios que su cliente visitará, recorrer los pasillos que recorrerá Mbappé, para identificar las rutas de escape más directas "si tengo que sacar a mi chico deprisa". El encargado de seguridad hizo lo mismo unas noches antes en un restaurante de Manhattan donde Mbappé y su séquito planeaban cenar y posiblemente hará lo mismo más tarde para un evento de Nike en Times Square. Solo cuando el encargado de seguridad está satisfecho aparece un celular y se realiza una llamada. Y, en ese momento, es que el chofer recibe la instrucción de llevar a Kylian Mbappé hasta la sede de The New York Times en Manhattan". Con ese criterio de seguridad se maneja el primer mundo. Un poco más de tres meses después, la Argentina se consagra en Qatar con un Messi como mejor jugador del Mundial, con Dibu Martínez como mejor arquero y con Enzo Fernández como mejor jugador joven del certamen. Horas más tarde, la Selección en su totalidad emprende el regreso a la Argentina, el país al cual representan pero no viven, en la mayoría de los casos por sus compromisos en el exterior y en otros por elección. El único jugador del fútbol local es Franco Armani. La Selección llegó a Ezeiza de madrugada y de ahí se fue al predio que la AFA tiene a pocos kilómetros del Aeropuerto. Pero el cuidado argentino para sus campeones del mundo no es el mismo que tiene Mbappé. Un cable que atravesaba la ruta por dónde circulaba el micro descapotable solo le sacó la gorra a Leandro Paredes. No fue tragedia por casualidad. Mejor no pensar qué hubiese pasado si en vez de Paredes en ese lugar iba sentado Dibu Martínez y su metro noventa y cinco. Pero el cable fue solo un anticipo de lo que sucedió al otro día. Con cinco millones de personas -que en líneas generales se portaron muy bien- lanzadas a la calle para ver a sus ídolos, se pretendía llegar hasta la zona de un obelisco donde no entraba un alfiler. Los jugadores son campeones del mundo, le dieron una de las mayores alegrías al pueblo argentino en su historia. Nadie duda de eso. Tampoco tienen que existir dudas sobre quién se tiene que hacer cargo de un operativo de seguridad. ¿La Casa Rosada no podía brindar la seguridad necesaria para que los jugadores salieran al balcón? No se trata de lo que quieran los jugadores, se trata de dónde pueden estar más seguros.