Ese 11 de septiembre empezó como una mañana luminosa. Verónica, la recepcionista del diario El Cronista, estrenaba un ramo de fresias sobre su escritorio. La redacción todavía no estaba muy poblada, pero alguien dio la primera señal de alarma: ¡Miren el televisor!. En la pantalla, la imagen de un edificio en llamas parece salida de alguna serie de acción. Pero algo no cierra. Segundos después se confirma la sensación: un segundo avión se estrella contra la torre vecina.
¿Dos accidentes simultáneos?, es la pregunta que nos repetimos, sin poder creerla. Minutos después, el relato nervioso de la locutora de la CNN devela la incógnita: habla de la posibilidad de un atentado en pleno centro financiero de Nueva York, de otro en Washington y de un cuarto avión con destino desconocido.
Todos quedan entre sorprendidos y desconcertados. Algo impensable estaba sucediendo. Hasta que un editor reacciona y grita: ¡Es increíble. Esto es histórico. El mundo cambia...!. La primera superpotencia mundial, la más poderosa, estaba siendo atacada en su propio territorio.
Al mismo tiempo, millones de personas, en todo el mundo, atónitos frente a las pantallas de televisión, también estaban siendo testigos, en vivo y en directo, del mayor golpe terrorista contra Estados Unidos.
Diez años después el mundo cambió. Y gran parte de esos cambios tiene relación con el giro fundamental que Washington le dio a sus prioridades, tras ese fatídico 11 de septiembre que quedó grabado en la memoria y corazón de los estadounidenses como uno de los más terribles de su historia.
El entonces presidente George W. Bush concentró su políticas en defensa y seguridad y lanzó una cruzada contra el eje del mal que incluyó las guerras en Irak y Afganistán. Los inmensos gastos en la maquinaria bélica trajeron como consecuencia un déficit fiscal del que ahora está costando gran parte de las dificultades económicas que debe afrontar Barack Obama.
Si el 11 de septiembre de 2001 sucedió lo impensable hasta ese momento, el 5 de agosto de este año ocurrió lo que no parecía posible para la primera economía a nivel global: la agencia de calificación Standard and Poor´s le bajó la nota de la deuda a Estados Unidos de AAA a AA+. Otra señal contundente de los cambios en el mundo.
Hoy en día, el poder unipolar que detentaba Estados Unidos antes del 11-S pasó a estar distribuido en un patrón que se asemeja a un complejo juego de ajedrez tridimensional, como señala Joseph Nye en un reciente artículo publicado en Archivos del Presente.
En el tablero superior, que es el poder militar, Estados Unidos conserva su superioridad, pero en el tablero central, que es el económico, el poder lo comparte con Europa, Japón y China como principales jugadores, por ahora. Aunque la crisis financiera desatada en 2008 puede cambiar ese orden. El ascenso de China a segunda potencia económica global y el creciente rol de emergentes como India y Brasil hablan de un movimiento de fichas que sigue en etapa de definiciones.
En el tablero inferior, que es la esfera de las relaciones, transnacionales, el poder está muy disperso. Nye incluye a actores no estatales diversos como banqueros que transfieren fondos electrónicamente o piratas informáticos
De todas maneras, quienes vaticinan la inminente decadencia de Estados Unidos, tienen mucho camino por recorrer. El pueblo estadounidense conserva una inmensa fuerza productiva e innovadora, es líder en investigación y desarrollo, y es muy probable que en las próximas décadas siga siendo el país más poderoso.
El próximo domingo los estadounidenses recordarán con ceremonias a las 3.031 víctimas de los ataques en Nueva York y Washington. Se podría decir que Estados Unidos está comprendiendo que su supervivencia no está atada sólo a la suma de poderes, sino a una comprensión más plena del mundo, con sus diferencias y diversidades.