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Aunque todos pretendamos ignorarlo, probablemente enfrentamos una realidad de largo plazo que ya es irreversible.
Me parece correcto preservar la esperanza, pero la esperanza sin actitud se convierte en disciplina de tontos.Esta Argentina le demostrará al mundo que se puede vivir por cuatro largos años sin plan económico, con inflación del 50%, con pobreza sobre 40% y con un oficialismo aún con chances ciertas de ganar la próxima elección.
La oposición, que encima ahora andaría con ganas de dividirse, tuvo una elección mediocre cuando tenía todas para noquear fácilmente. ¿Culpa de la oposición? Quizá en algo pero detrás tenemos a una sociedad que avala esta realidad. Probablemente, éste sea un patrón de comportamiento social único en el cosmos.
Pero los argentinos mayoritariamente se sienten cómodos así e incluso culpan a los políticos de la situación en la que estamos, lo cual es erróneo y sumamente negacionista. El país que tenemos es el país preferido por los argentinos, los políticos sólo ejecutan las preferencias de quienes habitamos esta tierra. Al argentino le gusta esta nación que supimos construir, lo deja muy cómodo.
En este contexto, el equipo anterior se pasó cacareando por cuatro años acerca de lo difícil que era "administrar la herencia". Si la oposición ganase las presidenciales del 2023, lo cual es un evento de altísima incertidumbre, la "nueva herencia" que debería administrar sería un significativo múltiplo comparada con la del 2015.
¿Tendrá sentido entonces que se postulen frente a una sociedad que probablemente no los apoyaría nunca ante la magnitud de lo que sería necesario realizar? ¿Si los argentinos no bancaron un cambio de sustancia en 2019, por qué lo harían en 2023?
Nadie le pondrá nunca el cascabel al gato
Para reencauzar a la Argentina hacia un sendero de crecimiento sostenido habría que impulsar unas 20 medidas históricas y rotundamente significativas en simultáneo y en varios frentes del equilibrio general en un lapso no mayor de 24 horas.
Obviamente, dichas medidas no se tomarán nunca porque los argentinos jamás lo permitirían. Insisto, no es un problema de políticos, es un dilema psiquiátrico e insoluble de quienes habitamos este suelo.
Los grandes cacareadores de la Argentina somos cada uno de nosotros, los ciudadanos de una sociedad acostumbrada a perder, acostumbrada a tapar el sol con la mano y, en dicho intento, acostumbrada también a convertirnos en los campeones olímpicos de la negación, una negación que -para consuelo de algunos- por momentos se disfraza de esperanza adolescente.
Tampoco escucho a políticos que ayuden a esta sociedad distraída que tenemos a dimensionar la situación que hoy enfrentamos y a partir de dicha magnificación comprender el monumental sacrificio que sería necesario para revertirla.
Existe entonces, entre políticos de todos los partidos y la sociedad argentina, un trato implícito: "No me cuentes cómo estamos porque no quiero ni imaginarlo y prefiero seguir en la ilusión de que todo mejorará de la noche a la mañana por obra de la magia".
El 'cacareante ilusionismo' argentino revela la característica infantil e irresponsable de la sociedad que tenemos, una sociedad que le permite mucho a algunos y nada a otros, pero que nunca se olvida de cacarear por todo, todo el tiempo. El argentino al ritmo del cacareo se convirtió en la melancolía de su propio tango.
Ni se te ocurra corregir porque sos boleta
Y esta sociedad de sistemáticos negadores de la realidad y propensos a ilusionarse con cualquier personaje que prometa algo estrafalario desde la utopía de lo instantáneo volverá a enamorarse del próximo presidente, cualquiera que sea el partido al que represente y bajo una condición inexcusable: "Si intentás corregir algo de lo mucho que ya es urgente, te bajamos el pulgar y votamos al personaje de enfrente al instante".
Así venimos viviendo desde hace más de un siglo y en este proceso de negación irracional y dinámicamente inconsistente seguimos achicando a un país al que cada vez le cuesta más mantenernos. En el medio de todo esto aparecen dos sentimientos sumamente humanos: la desesperación y la esperanza.
Los argentinos se acostumbraron a tolerar en simultáneo ambas facetas de nuestra incomprensible humanidad y de vez en cuando aparece alguna cuota de racionalidad que nos obliga a replantearlo todo para volantear hacia un nuevo líder a quien bancaremos sólo por un rato. Esta es el milonga que venimos escribiendo una y otra vez desde 1810.
Polenta
De esta forma, la Argentina de hoy bien puede describirse por un abanico amplio de políticos que cacarean con respecto al pasado frente a una sociedad que también cacarea con respeto a ese mismo pasado y mientras tanto, la vaca de la cual mama todo un país se va enflaqueciendo y desconsoladamente esclerótica nos mira con una pregunta en silencio, sin palabras y por sobre todo, sin respuestas: ¿hasta cuándo?