Los organismos regionales de diálogo y concertación política en América Latina y el Caribe están en un grave estado de parálisis y descrédito. La Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), en una crisis sin precedentes, se encuentra al borde de la desaparición. La Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), por los escuálidos resultados desde su creación en el 2010, va lamentablemente en la misma dirección al no haber logrado consensos básicos entre los 33 miembros en temas centrales para la estabilidad política y el desarrollo económico de la región.

La historia de cada espacio, que muestra una dispersión de objetivos y hasta quizás de desarrollos apresurados, pone en evidencia una cierta improvisación de la región en fijar prioridades estratégicas que permita a América Latina negociar mejor como bloque a escala global. Una de las razones de la crisis de ambas instituciones regionales es la polarización entre las naciones democráticas y aquellas que han asumido un drástico giro autoritario con graves violaciones a los derechos humanos.

En las actuales circunstancias internacionales lo último que América Latina necesitaría es anular las instancias regionales o enfrentar, como si fueran campos rivales, a los diversos organismos hemisféricos como ocurrió con las intenciones de la última década de debilitar a la Organización de Estados Americanos (OEA) frente a la Celac. Ninguno de esos caminos beneficia los intereses tácticos de América Latina. La reciente reunión de Cancilleres de la Celac y la Unión Europea en Bruselas, parece reconocer esa situación al intentar una actitud pragmática, tendiente a evitar enfrentamientos que debiliten las negociaciones birregionales. Sin embargo, difícilmente ese enfoque de convivencia sea suficiente ya que si la Celac no logra alcanzar acuerdos básicos en asuntos centrales como el respeto a los derechos humanos y la promoción de la democracia, irá perdiendo credibilidad y legitimación.

Merece, en cambio, ponderación el enfoque estratégico del Mercosur y la Alianza del Pacífico. La gradual convergencia de ambos bloques, que aglutinan a los ocho países económicamente más importantes de la región y que representan el 80% de la población y el 90% del PBI de América Latina, parece responder mejor a los tiempos de turbulencias comerciales y de creciente proteccionismo. Un eventual espacio común de libre comercio y de regionalismo abierto sería de enorme potencial estratégico y táctico para enfrentar de manera conjunta un desafiante escenario internacional.

Esa convergencia en la diversidad, servirá para medir el pulso de la futura integración de América Latina. Quizás su evolución sea un paso en el camino para superar las falencias de la Celac y de Unasur. En este sentido, la Aladi que ha participado en 160 acuerdos regionales, podría también actuar como facilitador para revitalizar la agenda integracionista frente al dilema de la fragmentación que se observa.

Reinventar una agenda positiva es lo que hoy más necesita América Latina. La confluencia de los ejes Pacífico y Atlántico, compatible con la Agenda de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, puede ser la llave maestra a un proceso de alcance geopolítico particularmente significativo con importancia estratégica global. También serviría para establecer un mejor sistema de concertación política y eventualmente hasta podría constituirse como contrapunto aglutinador de las diferencias regionales.