En la Ciudad Eterna, lo único perdurable es el cambio. Porque la capital italiana se resiste a ser únicamente el mayor museo al aire libre de los orígenes de la civilización occidental, visitada anualmente por un promedio de 7 millones de personas en busca de su selfie en el Coliseo, la Fontana di Trevi y la Basílica de San Pedro.
Vibrante y dinámica, Roma e mobile. Y esa capacidad de reinvención, herencia de los siglos que lleva resurgiendo de sus cenizas, explica el hecho de que, año a año, lidere los ránkings de novedades a descubrir en las big five de Europa, seleccionado que integra junto con París, Londres, Berlín y Madrid.
Ahora, Esquilino, uno de sus barrios más transitados y populosos, se posiciona como el nuevo distrito de moda, que atrae por igual a viajeros corporativos en busca de comodidades upper-grade y a turistas a la caza de
tesoros arqueológicos fuera de manual.
Esplendor en las ruinas
Con 64 metros de altura, Esquilino es la mayor de las 7 colinas (Aventino, Capitolino, Celio, Palatino, Quirinal, Viminal) que rodean a Roma. Su corazón late al ritmo de Termini, la mega estación de ómnibus, subtes y trenes de corta, media y larga distancia por la que transitan unas 600 mil personas diariamente. Erigida en el solar que fuera, en el siglo XV, sede de la villa familiar del Papa Sixto V, fue remodelada en 2000, en ocasión del Jubileo,
y ha evolucionado hasta albergar un centro comercial (Forum Termini) con boutiques de primeras marcas, megalibrerías y tiendas de delicatessen autóctonas donde resolver la compra de obsequios a último momento, para luego abordar el Leonardo Express que, en 40 minutos, arriba al Aeropuerto Internacional de Fiumicino.
Considerado marginal e incluso peligroso durante mucho tiempo –en la era Antigua, allí eran enterrados esclavos, prostitutas, desertores y delincuentes; en la Edad Media, se celebraban rituales de magia negra–, en los últimos años el rione XV ha sido epicentro de una serie de acciones públicas de ordenamiento y saneamiento que, asimismo, sirvieron de incentivo para que su potencial turístico atrajera el desembarco de millonarias inversiones privadas.
La más reciente, y trascendente para el posicionamiento definitivo de Esquilino como el nuevo barrio trendy –desplazando del podio al ya casi neoyorquino Monti–, se tradujo en la apertura de NH Collection Palazzo Cinquecento, adyacente a la terminal. En verdad, el cinco estrellas es un destino en sí mismo. Porque tanto sus instalaciones como los tesoros arqueológicos y culturales ubicados a pocos pasos de su lobby constituyen un pasaporte directo a las distintas épocas de gloria de Roma de las que el distrito de Esquilino ha sido testigo fiel
–e incluso protagonista–, con la ventaja adicional de que se las puede descubrir sin hordas de turistas en pos de la postal típica. Porque en sus jardines se conservan fragmentos del Muro Serviano: levantado en el siglo VI a.C. y reconstruido tras el saqueo de los galos en 390 a.C., es el único testimonio remanente de la primera muralla romana.
Veni, vidi, vici
En Esquilino se encuentra la nueva antigüedad a visitar en Roma: las Termas de Diocleciano, el mayor complejo de baños públicos del Bajo Imperio que, tras siglos de abandono y despojo, está siendo objeto de trabajos de reconstrucción para poner en valor los vestigios supervivientes de sus 14 hectáreas dedicadas al solaz y esparcimiento acuático de hasta 3 mil personas en simultáneo –en piscinas climatizadas a diferentes temperaturas–, incluido un natatorio al aire libre de 4 mil metros cuadrados. Reabierto al público en 2008, luego de tres décadas de excavaciones a puertas cerradas, cada año se suman, al recorrido, nuevos tramos que sacan a la luz las galerías, el refectorio, el vestuario, el gimnasio y la biblioteca que integraban el conjunto, así como algunos jardines donde se exhiben las 400 esculturas, frescos y relieves que se salvaron del expolio. Porque sólo funcionó entre 206 y 537, cuando la invasión bárbara inhabilitó el acueducto que lo abastecía. Desde entonces, fue una víctima más de la degradación de la zona: los elementos decorativos fueron ‘reubicados’ en villas privadas, sus dependencias fueron demolidas para extraerles la cal y sus áreas verdes se fueron urbanizando.
Otra joya artística, no apta para el turismo masivo, es el Palacio Massimo alle Terme. Y no sólo por su repertorio de numismática y relojería, temáticas alejadas del paladar popular. Sucede que su colección de mosaicos, frescos y estucos –incluidos los originales de la Villa de Livia, esposa de Augusto, del siglo I a.C.– sólo puede visitarse con reserva previa y guía de los expertos del Museo Nacional Romano (MNR), al que pertenecen palacio, termas y templo. Asimismo, vale la pena zanjar las pocas cuadras que distan hasta la sede central del MNR, cuyo acervo incluye tesoros arqueológicos hallados durante la modernización urbanística de Roma a fines del siglo XIX, de cuya ambición de grandiosidad da cuenta la cercana Plaza de la República. Su impactante estructura en abanico y sus edificios de porte clásico enmarcan, escenográficamente, a la Fuente de las Náyades: inaugurada en 1901, la desnudez y sensualidad de las cuatro ninfas (de los lagos, de los ríos, de los mares, de las aguas subterráneas) la convierte en uno de los conjuntos escultóricos más fotografiados del barrio.
El schedule no puede estar completo sin una tarde para apreciar las cámaras subterráneas de la Domus Aurea, la villa que habitó Nerón tras el gran incendio del 64. “¡Por fin podré vivir como un ser humano! , cuentan los cronistas de la época que exclamó el emperador cuando se instaló en el palacio cuyos muros estaban revestidos de láminas de oro y cuyos techos fueron adornados con una combinación de gemas semipreciosas y marfil. Asentada sobre un predio de 50 hectáreas, allí donde comienza el Foro Imperial, la propiedad incluía jardines, bosques, viñedos, un lago artificial y termas de agua marina y sulfurosa, además de cerca de 300 salones donde se celebraban legendarios festines. Tras décadas de complejos trabajos de restauración, recién en 2015 se inauguró un circuito restringido de visitas que permite admirar los frescos y estucos del ala oeste que se libraron del 95 por ciento de humedad promedio que padece la residencia oculta, desde el siglo II, por la tierra de un monte que Trajano ordenó trasladar para sepultar –creyendo ingenuamente que sería para siempre– los delirios de grandeza arquitectónica de su predecesor.
La versión original de esta crónica fue publicada en la edición 185 de Clase Ejecutiva, la revista lifestyle de El Cronista
