El soñado placer de sus paseos en góndola, la apacible bruma matinal que envuelve los antiguos canales y las calles angostas que serpentean atravesando alrededor de 400 puentes conforman una ciudad con personalidad única e inconfundible: Venecia. La sola mención de su nombre trae a la memoria los famosos carnavales, pero también suele asociarse a la bienal que exhibe las últimas tendencias del arte, en estos meses, cuando planear una escapada invita a alejarse del frío de estas latitudes. Vigente hasta el 24 de noviembre, la 55° edición de la Bienal de Arte de Venecia -más allá de alguna anecdótica controversia en el pabellón argentino- no deja de ser una buena excusa para combinar con paseos y visitas a los entrañables atractivos venecianos.
Hoy los placeres de una estadía se ven realizados por obras innovadoras de 155 artistas del mundo entero que inundan distintos espacios de la ciudad. El eje de la bienal este año gira alrededor del llamado Palacio Enciclopédico, nombre que da título a la exposición y que rememora la utopía de albergar en un mismo lugar todos los conocimientos. La elección de esta temática corresponde al curador de la muestra y crítico de arte italiano afincado en Nueva York, Massimiliano Gioni, quien retomó un proyecto que nunca se llegó a realizar del arquitecto Marino Auriti. La maqueta de ese proyecto, trasladada desde los Estados Unidos, abre de manera imponente el capítulo de la muestra internacional que se exhibe en el Arsenal, lugar que en sí mismo define un atractivo, ya que es un antiguo astillero donde, especialmente durante el siglo XVI, se construyeron los barcos que hicieron de Venecia una gran potencia marítima.
Un paseo por la plaza
En principio, llegar a Venecia implicará tomar algún Vaporetto (autobús fluvial), dedicar tiempo a un lento paseo en góndola, o simplemente encontrar el incomparable placer de recorrerla a pie. De cualquier modo, llegará el momento de visitar la Piazza San Marco, ya que es aquí donde se percibe el pulso de la ciudad, entre tiendas y cafés que rodean a la Basílica de San Marco y a uno de los más bellos y concurridos edificios antiguos, el Palacio Ducale.
El sólo hecho de pasear por esta plaza justifica una estadía. No casualmente Napoleón la definió como "el salón más bello de Europa". Además de inspirar a cientos de escritores y artistas, ofrece el encanto de contemplar el mundanal ajetreo veneciano desde las confiterías que se ubican bajo las arcadas del procuratie. Algunas de ellas son imperdibles. El bar Harry's, de histórica clientela norteamericana, fue fundado en 1931 y quien le dio fama fue Ernest Hemingway, que solía acudir al lugar luego de un día de caza en la laguna Veneta. Basta leer Al otro lado del río y entre los árboles para deleitarse con las descripciones que el autor estadounidense realiza, desde la mirada de un coronel retirado, sobre su pasión por la caza de patos y, especialmente, por los distendidos placeres urbanos de la ciudad. A poca distancia, otro bar recomendable es el antiguo Café Quadri, más clásico, que fue el elegido por las tropas austríacas durante la ocupación de 1815.
Un capítulo aparte merece el histórico Café Florian, que atendió sus primeros clientes en 1720. Observador privilegiado de las épocas más tumultuosas, esta confitería vio desfilar por sus salones tanto a delatores y subversivos como a brillantes hombres de letras, festejó la coronación de Vittorio Emanuelle como rey de Italia y sufrió con los bombardeos de la II Guerra Mundial. Hoy, sus mesas desparramadas por San Marco continúan haciendo gala del refinado clasicismo que lo distinguió desde los primeros días. Hay que ver los largos sillones de raso, con suntuosos detalles barrocos, y pinturas bíblicas del renacimiento que invaden cada una de sus salas. Pero junto a su ambiente señorial, lo que más llama la atención es la interminable lista de personalidades que lo frecuentaron. Sólo entre los escritores puede nombrarse a Marcel Proust, Lord Byron, Goethe, Dickens, Stendhal, e incluso a Jorge Luis Borges. z we