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Los argentinos asumieron, como un dato de la realidad, que su economía tiene ciclos de ascenso y caída que se repiten como un loop. Pero la profundidad que alcanzó la crisis del 2001 consolidó mecanismos de autodefensa que no siempre terminaron siendo beneficiosos. Así como abusar de un antibiótico le resta efectividad, aislarse del sistema financiero, volcarse a la economía informal y dolarizarse más allá de cualquier límite racional dejaron de ser soluciones y se transformaron en parte del problema.

En los últimos 25 años, ningún gobierno logró acumular el capital político suficiente para cambiar este escenario, que se fue potenciando por una palabra corrosiva: desconfianza. Hay una generación que se alejó de los bancos sin advertir que, al hacerlo, achicaba el volumen y encarecía el crédito; se alejó de una presión impositiva excesiva sin ver que la contracara era más emisión o más deuda, y se volcó a la acumulación de dólares compitiendo con el propio BCRA por quién retenía más reservas.

Sin tener un pasado que defender, Javier Milei llegó al Gobierno en 2023 con la convicción de que nunca hay un momento adecuado para corregir desvíos. Muchas de sus políticas fueron audaces y sus resultados, sorpresivos. El corte casi total de la obra pública, impensado para cualquier administración tradicional, se volvió la piedra angular para bajar de forma sustancial el déficit fiscal.

Esa intensidad moldeó un rasgo central de su mensaje político: Milei les habló a los indignados, a los cansados del fracaso argentino, a quienes aún conservaban la aspiración de cambiar. Milei les habló a los desconfiados y recibió un voto de confianza que excedió la elección presidencial. Su imagen se mantuvo alta pese a la dureza del discurso y la escasa vocación negociadora… hasta que una combinación de tropiezos, desprolijidades y denuncias debilitó su proyección pero, en simultáneo, fortaleció su proyecto.

Una oportunidad inesperada

La derrota bonaerense del 7 de septiembre despertó algo que la oposición no tenía en el radar. El temor a volver al pasado reactivó en parte de la sociedad esos viejos mecanismos de autodefensa. Y así como compraron u$s 4500 millones en el mes previo a las elecciones legislativas, entendieron que darle una oportunidad a Milei era preferible a resucitar recetas conocidas y fallidas.

El resultado, con un contundente triunfo nacional de La Libertad Avanza, no solo generó una ola de tranquilidad que apagó las incertidumbres previas. También despertó un entusiasmo moderado por la posibilidad de que, esta vez, las reformas postergadas puedan concretarse.

En el mundo empresario no hay dudas: la Argentina necesita una inyección de competitividad muy superior a la que puede otorgar cualquier ajuste cambiario. La revolución de la IA abrió el camino a procesos de innovación permanente, que modernizaron la oferta global de bienes y servicios. Exportar ya no depende solo del dólar: hay que reducir impuestos, adecuar costos internos, mejorar el empleo y modernizar la infraestructura.

El año próximo ofrece la oportunidad de reforzar una macroeconomía equilibrada, que hoy enfrenta riesgos mínimos gracias al orden fiscal y a la inflación baja. Negociar, acordar y reformar son los verbos que Milei y sus aliados deberán conjugar hasta completar las asignaturas que la Argentina arrastra desde hace décadas.