La simpatía ideológica y la proximidad geopolítica pesó, pero lo que causa escalofríos en la presidenta Dilma Rousseff y sus auxiliares más próximos e inspira los recientes gestos de buena voluntad del Palacio do Planalto hacia Argentina y Venezuela es el escenario de deterioro económico exactamente en los dos países con los que Brasil mantiene sus saldos comerciales positivos más altos dentro de América latina.
El gobierno incluso estaba dispuesto a reducir esos saldos comerciales, siempre y cuando aumentara el volumen de intercambio bilateral. Pero lo ocurrió fue una caída de las exportaciones hacia ambos países.
Brasil invirtió en Venezuela cerca de u$s 37.000 millones, entre negocios de las grandes contratistas con actividades en el país, como Odebrecht, y empresas medianas con pequeñas industrias instaladas en los últimos años, especialmente en el sector de alimentos, según informó el subsecretario general para América del Sur, Antonio Simoes, durante una reciente reunión en Itamaraty con los embajadores de Brasil en América del Sur. La cifra supera al Producto Interno Bruto (PBI) de Paraguay, comparó Simoes, ex embajador en Caracas y uno de los funcionarios más entusiasmado por la aproximación con los venezolanos.
Sin embargo, especialistas como los economistas Sandra Ríos y Pedro Motta Veiga, del Centro de Estudios de Integración e Inversiones (Cindes), recomiendan tomar con cautela las noticias sobre inversiones en Venezuela, país donde las dificultades de abastecimiento y de gestión macroeconómica enfriaron los ánimos y llevaron, por ejemplo, a que Natura y Ambev cancelaran las operaciones en el mercado local. Braskem también suspendió la fuerte inversión que planeaba realizar en un polo petroquímico venezolano. En la práctica, la relación comercial entre Brasil y Venezuela no registró avances en los últimos años.

Malabares de la diplomacia

Hace una semana, al pasar por Brasil, en un viaje que presentó en su país como ejemplo de su respaldo internacional, el presidente venezolano Nicolás Maduro anunció inversiones de Camargo Correa y Odebrecht en Venezuela. Pocos días después, en una teleconferencia con inversores y analistas, el presidente de Braskem, Carlos Fadigas, explicaba que se trataba de una participación pequeña en un estudio muy preliminar, de largo plazo, para la producción de urea, en el que la empresa brasileña podría aportar su conocimiento en ingeniería y construcción.
Como advirtieron las autoridades brasileñas a los venezolanos, Maduro necesitará un clima político menos turbulento, para, como comenzó a hacer, al menos tratar de reducir las disfuncionalidades de la economía venezolana. Tras su regreso a Caracas, el sucesor del fallecido ex presidente Hugo Chávez anunció la importación de artículos de primera necesidad (como papel higiénico) que faltan en las góndolas, autorizó la corrección de precios para algunos productos, informó que el programa de distribución de viviendas de baja renta comenzará a cobrar por las casas y anunció a los países a los que provee petróleo subsidiado que cobrará las deudas y reducirá los beneficios de la alianza conocida como Petrocaribe.
Obligado a revertir algunas de las decisiones que dieron popularidad a Chávez para evitar que la economía entre en un callejón sin salida, Maduro apela a la retórica en un esfuerzo para minimizar los daños a su imagen nada carismática. En Brasilia se vio con satisfacción el ligero cambio de tono en los discursos del venezolano, todavía cargados de una retórica triunfalista y teorías conspirativas, pero ahora con llamados a la conciliación, incluso hacia los empresarios.
Aparentemente decidido a realizar ajustes necesarios en la economía, el venezolano no enfrenta ataques solo de la oposición: internamente, disputa poder con el presidente del Legislativo, Diosdado Cabello, nacionalista de la línea dura del chavismo, que levanta los ánimos al cortar la palabra y los salarios de los parlamentarios opositores como represalia por no reconocer la victoria de Maduro en las urnas. Cabello parece, con sus acciones, cuestionar el liderazgo de Maduro, que se vio obligado a negar, en un discurso, las noticias sobre las divisiones dentro del chavismo.
En Argentina, la política y la economía no muestran un escenario menos preocupante, como dejó ver el brote especulativo con el dólar paralelo, hace dos semanas, enfrentado con intervenciones del Banco Central (BC) y la acción informal del poderoso secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, sobre grandes operadores.
A fines de abril, Dilma y la presidenta argentina Cristina Kirchner tuvieron una durísima conversación, de acuerdo a la definición de fuentes brasileñas y argentinas, sobre los desentendimientos en el comercio e inversiones. Tras el encuentro, en Buenos Aires, ambas se esforzaron en mostrar sonrisas y cordialidad.
El diálogo dejó sin resolución temas relevantes para Brasil, como la caída de las barreras informales en las aduanas, y para Argentina, como la demanda por créditos del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) a obras locales, como una ferrovía y dos hidroeléctricas. Las mandatarias decidieron que autoridades de los dos países se encontrarían en lo inmediato para avanzar con la agenda de temas y buscar acuerdos. Pero la crisis del dólar paralelo robó la atención en el país vecino y la reunión para tratar los temas importantes a nivel bilateral no tiene fecha fijada.
Por más malos que sean los resultados comerciales e inestables los planes de inversión en los dos socios más grandes de Brasil en el Mercosur, la inestabilidad en el vecindario trae reflejos indeseados aquí y desafía la capacidad del país de intervenir en el escenario internacional. Brasil no puede ser un espectador en las crisis vecinas, ni tiene que reaccionar impulsivamente, movido por agendas simplistas sugeridas tanto por oficialistas como opositores. El diálogo con los mandatarios vecinos es esencial, pero es fundamental extraer consecuencias prácticas, y positivas. Hasta ahora generó expectativas insu ficientes para alejar el pesimismo.