China atraviesa una etapa de modernización militar que preocupa a Estados Unidos y a sus aliados en Occidente. Su fuerza aérea ha dejado de ser un componente defensivo para transformarse en una herramienta clave de proyección de poder en el Indo-Pacífico y más allá.
Este cambio, sostenido por la creciente capacidad económica del país, representa un giro estratégico que impacta en el equilibrio global. La evolución de la Fuerza Aérea del Ejército Popular de Liberación (PLAAF) plantea interrogantes sobre cómo responderá Washington a un adversario cada vez más sofisticado.
¿Cuáles son los aviones de combate que fortalecen a la fuerza aérea de China?
En las últimas dos décadas, China logró desprenderse de su dependencia de aeronaves soviéticas para crear una flota de producción nacional. Entre los modelos más avanzados se encuentran el Chengdu J-10, un caza polivalente, y el Chengdu J-20, el primer avión furtivo de quinta generación desarrollado fuera de Estados Unidos y Rusia.
A estos se suman versiones mejoradas de aviones rusos como los Sukhoi Su-30 y Su-35, lo que le da a China una combinación de cazas de cuarta, 4.5 y quinta generación. El J-20, en particular, es visto como un contrapeso directo a los F-22 Raptor y F-35 Lightning II, dos de los pilares de la aviación estadounidense.
¿Qué otras capacidades elevan el poder aéreo de China?
El avance no se limita a los cazas de combate. China incorporó sistemas de alerta temprana KJ-series, que aumentan la vigilancia y coordinación sobre el Indo-Pacífico, y aviones de transporte estratégico Y-20, que amplían su alcance hasta África y Medio Oriente.
Además, el bombardero Xi'an H-6, equipado con misiles de crucero, le permite extender su poder de ataque a cientos de kilómetros dentro del Pacífico. Integrados con misiles terrestres, aviación naval y unidades de guerra electrónica, estos recursos convierten a la PLAAF en una pieza central del esquema de disuasión frente a Estados Unidos en puntos sensibles como Taiwán y el Mar de China Meridional.