En muchas salas de directorio de empresas en Latinoamérica y el mundo, hay hoy una presencia silenciosa pero creciente. No habla, no opina, no hace preguntas, no interrumpe, pero sugiere, anticipa, calcula y, cada vez más, decide. Es un modelo de inteligencia artificial, como ChatGPT o Gemini. Y aunque no figure en el organigrama, su impacto ya empieza a sentirse en el corazón del negocio: la toma de decisiones estratégicas.

El desembarco de la inteligencia artificial generativa en el ámbito corporativo fue tan rápido como desparejo. Muchas empresas la integraron como copiloto operativo (para redactar mails, automatizar reportes o generar presentaciones), pero otras ya la están utilizando para modelar escenarios financieros, analizar riesgos de inversión o validar decisiones estratégicas. Lo que parecía futurismo se está transformando en práctica habitual. La "silla de la IA" en el directorio se siente cada vez más y surge como interrogante si nos encontramos listos para un director no humano.

Vemos una transición clara: del hype de la IA como herramienta táctica a su incorporación real como sparring estratégico. ¿Puede entonces la IA tomar decisiones ejecutivas? Hoy en día no llega a ser una herramienta suficiente para ello, siendo que no reemplaza el juicio, la intuición y la experiencia humana. Más bien, la complementa.

Ningún directivo tomará como decisión final una propuesta de la IA pero sin duda, es una herramienta que permite cada vez más, y de mejor manera, colaborar en la toma de decisiones gracias a su rápido y efectivo análisis sobre enormes volúmenes de datos estructurados y no estructurados. Facilita también la anticipación de resultados, la identificación de patrones invisibles para el ojo humano y hasta la ponderación de múltiples variables con una lógica probabilística libre de sesgos emocionales.

En las decisiones ejecutivas, la IA es hoy un "algoritmo con poder de influencia", más que una figura con poder de decisión autónomo. Cabe aquí cuestionarnos si esa influencia es 100% objetiva o incluye sesgos, o una agenda de intereses particulares, como los tenga posiblemente cualquier individuo.

La idea de incluir un "asiento para la IA" en un directorio es sin dudas provocadora, aunque útil como ejercicio mental. ¿Qué pasaría si cada decisión estratégica pudiera ser contrastada con la evaluación de un modelo de IA? ¿Cuánta información necesita antes de poder participar? ¿Puede navegar la incertidumbre y la falta de datos que muchas veces existen en estas mesas de directorio? ¿Cómo se haría responsable civil, legal y penalmente de sus decisiones?

Además, existe un riesgo real de "delegar el pensamiento" y atrofiar el músculo estratégico de los líderes.

Por eso, más que sentar a la IA en el directorio, el desafío es entrenar a los ejecutivos para conversar con ella, incorporarla y usarla como catalizador de decisiones más inteligentes. Su lugar no es en la mesa del directorio sino junto a los líderes, como parte de un nuevo modelo de toma de decisiones que los eleva, volviéndolos más informados, más rápidos y más conscientes.