Los adultos no somos nativos digitales, aprendimos a hacer los palotes con un lápiz. Nuestra caligrafía era materia opinable de tías y vecinas. Supimos prestar atención en el aula al largo relato de la epopeya patria, y los cuentos para dormir replicaban aquella linealidad que nos atrapaba. Si el más allá de la rutina familiar nos despertaba curiosidad, el mundo exterior nos resultaba tan exótico e inabordable como los personajes de Emilio Salgari. Nuestros hijos viven otra historia, son nativos digitales.
Nosotros crecimos considerando a la tecnología, a lo sumo, como una herramienta. Para llegar a utilizarla había que leer farragosos prospectos, o recorrer un extenso camino de entrenamiento; por lo tanto, era apenas una opción de pocos, un arte ajeno, exclusivo del científico experimentando que investigaba una patología, o del técnico del barrio habilitado para meter mano en la caja boba. Nos fuimos maravillando con cada artefacto que se incorporó a nuestras vidas, el mini componente, aquella TV a control remoto y la polaroid. Y arribamos a remolque del progreso al uso de la PC y luego al tecleo de mensajes de texto desde el celular. El cambio de hábitos todavía nos desconcierta. Nuestros hijos están predispuestos al cambio, no a la rutina.
Mientras los predigitales continuamos cumpliendo las responsabilidades de adultos, ellos siguen llegando a este mundo de renovadas versiones de Windows, de GPS y de navegadores omniscientes. Como se esperaba, a escala social -en tanto padres, tutores o encargados de las nuevas generaciones- somos sus educadores. Les legamos a los chicos un sistema educativo que es más o menos el mismo que heredamos de nuestros mayores y ellos habían heredado de la Ley 1420.
La educación ya no puede actualizarse cada tanto, sino permanentemente. Un aula informática por escuela era una solución escolar avanzada hace un lustro, hoy es como aquella vieja aula de mecanografía, es el pasado. Cada ámbito de enseñanza debe ser digitalizado, está en juego la inclusión y una renovada concepción de la igualdad de oportunidades.
Los nativos digitales respiran con la tecnología, la receptan, la integran a sus vidas, son audaces y cambian de tareas o de trabajo en busca de nuevos horizontes como cambian de pantalla. Encuentran cualquier información o saben que pueden encontrarla. El gran desafío es motivarlos y retener su atención para que nos sigan en todo el trayecto de la enseñanza. Se trata de uno de los pilares de la reforma del colegio secundario que aprobó el Consejo Económico y Social, integrado por las principales entidades sociales, productivas, sindicales, académicas, confesionales y profesionales de la ciudad de Buenos Aires.
En el 2020 buena parte de los profesores y maestros provendrán de la Generación E, pero no se trata de sentarnos a esperar. La educación es ahora.