Italia posee bienes inmuebles por un valor superior a los 281.000 millones de euros (cinco veces la fortuna de Bill Gates) y, sin embargo, gasta mil millones anuales en el alquiler de sedes y oficinas oficiales. Por ello, el nuevo gobierno de Matteo Renzi, está dispuesto a impulsar el plan de privatizaciones en buena parte del patrimonio inmobiliario, que va desde una hermosa isla abandonada en la laguna de Venecia a un castillo en la frontera con Eslovenia.
Según explica El País de España, el objetivo de Renzi es destinar los fondos de las privatizaciones a reducir su deuda pública, que asciende al 130% del PIB.
Sin embargo, y aunque parezca increíble, el Estado italiano desconoce la magnitud del patrimonio que posee en realidad. La estimación de los 281.000 millones de euros corresponde a un informe reciente elaborado por el Ministerio de Economía y Finanzas italiano, pero según algunos organismos privados esa cifra podría ascender hasta los 400.000 millones, esto es, casi un 25% del PIB.
El plan de privatizaciones que anunció en noviembre pasado tiene como objetivo recaudar entre 8.000 y 10.000 millones de euros poniendo a la venta una parte de empresas públicas tan emblemáticas como Finmeccanica (vendería sus activos ferroviarios para centrarse en el sector aeroespacial y de defensa), el astillero Fincantieri (el mayor constructor naval de Europa), Correos, la controladora de tráfico aéreo Enav o un paquete de acciones de la empresa energética Eni.
Un fortín frente a Venecia
Según agrega el diario, hace unos días, durante un registro, agentes del cuerpo de Carabinieri encontraron en poder de Nicola Cosentino, un amigo de Silvio Berlusconi al que los fiscales italianos consideran la conexión entre la política y la Camorra, una llave del Palacio Real de Caserta, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. El prefecto de la ciudad de la Campania había regalado la llave a Cosentino, quien actualmente se encuentra en prisión, para que pudiera hacer deporte a deshoras por los jardines del palacio que ordenó construir Carlos VII y que, como tantas otras joyas arquitectónicas, padece un lamentable estado de conservación.
Durante dos décadas, la Casta, representada por Berlusconi y sus viejas amistades peligrosas, hizo suyos los viejos palacios, se paseó en Maserati Quattroporte comprados en medio de la crisis y condenó al abandono el tesoro arquitectónico y humano de todo un país.
Subastando los coches y la isla veneciana de Poveglia —también llamada La isla de los muertos—, con su fortín y su lazareto en ruinas, Renzi intenta, además de hacer caja, incinerar el pasado, concluye El País.