En medio de los renovados temores por la crisis de la deuda en la zona del euro, Europa y el mundo estarán pendientes el domingo de los resultados de las elecciones presidenciales en Francia, la segunda potencia económica del continente y su centro político más influyente.

Si las encuestas preelectorales no fallan, el candidato por el Partido Socialista, Francois Hollande, superará en votos al aspirante a la reelección, el derechista Nicolas Sarkozy, pero no le alcanzarán para obtener la mayoría absoluta (más del 50% de los votos) que exige la Constitución. De todas maneras, para la segunda vuelta, programada para el próximo 6 de mayo, los sondeos lo dan como ganador a Hollande con una amplia ventaja.

Le siguen en intención de voto la representante de la extrema derecha, Marine Le Pen, del Frente Nacional, que se opone a la inmigración, es partidaria del proteccionismo económico y quiere que Francia abandone el euro. Jean-Luc Mélenchon, quien simpatiza con el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, al frente de una heterogénea coalición progresista, es el referente de la izquierda.

El abstencionismo, pronostican las encuestas, alcanzará a una cuarta parte de la población, y representa a aquellos ciudadanos desencantados con el sistema político francés en el cual no se sienten representados.

Si triunfa Hollande, cuya plataforma económica incluye aumentar los impuestos para las grandes empresas y los más ricos habrá logrado la hazaña de llevar de regreso al Partido Socialista al Palacio del Elíseo después de 17 años de gobiernos de derechas.

Aunque se trata de un líder moderado, lo que preocupa al establishment de la Unión Europea es su propuesta de renegociar el pacto de disciplina presupuestaria que a lo largo de meses y con mucho esfuerzo fueron consensuando bajo el liderazgo de Sarkozy y la primera ministra de Alemania, Angela Merkel.

Está claro que el esfuerzo de ajuste fiscal que están intentando cumplir varios países europeos pone bajo una fuerte presión a los gobiernos y no se descarta que, si triunfa la propuesta que critica la política del ajuste a toda costa, esto derive en un efecto dominó.

Hollande justificó ayer su promesa de renegociar el nuevo tratado europeo por el papel, a su juicio inadecuado, que ha tenido el Banco Central Europeo (BCE) en la crisis de la deuda de países de la zona del euro.

Criticó que el BCE primero hubiera esperado antes de intervenir porque, dijo, eso ha sido costoso para los Estados y luego, cuando lo hizo, fuera para prestar a un interés muy bajo a los bancos, que después le han prestado a los Estados a mayor interés.

Sarkozy se esmeró durante la campaña en difundir el temor de que si el socialismo recupera el poder en Francia el país se hundirá en el caos. Miren como está España tras siete años de gobierno socialista, advertía en sus discursos.

Sin embargo, la postura de Hollande no parece ser desatinada sino más bien lo contrario. Esta semana, el propio Sarkozy salió a decir que el BCE tiene que actuar para el crecimiento y un grupo de 42 destacados economistas franceses manifestó expresamente su apoyo al candidato socialista.

En una carta publicada en Le Monde, advirtieron que las políticas de austeridad están destruyendo a Europa y apoyaron la propuesta de Hollande de un nuevo pacto de responsabilidad, gobierno y crecimiento.

Lo que suceda en las elecciones francesas será lo que marque el camino de los comicios europeos que se realizarán este año, en especial el de Grecia, previsto para el 6 de mayo.