

Hace pocos días el ministro de Economía, Roberto Lavagna, calificó como la más exitosa de la historia la devaluación de principios de 2002 . A decir verdad, no tenía necesidad de defender una decisión traumática que no adoptó él durante su gestión, pero a cuyo éxito, en términos del limitado traslado a precios, contribuyó de un modo decisivo.
Rápidamente se alzaron algunas voces destacando que la pérdida de ingresos de los asalariados y el relativamente modesto crecimiento de las exportaciones contradecían las afirmaciones del ministro. Ambas cuestiones merecen alguna reflexión.
En primer lugar, como es casi un clásico en nuestro país, cada quien pone el corte de los acontecimientos en donde más le conviene según su punto de vista ideológico, con prescindencia del profesionalismo en el análisis.
Los hechos son que durante 2001 la economía argentina ingresó en una aguda espiral de crisis que se llevó el 46% de las reservas internacionales y el 22% de los depósitos bancarios. Los hechos también son que el 1 de diciembre de 2001 se estableció el corralito, momento a partir del cual la regla de conversión de un peso por un dólar se limitó a la suma de 250 dólares por cuenta y por semana, con lo que en la práctica la convertibilidad se terminó y rápidamente se armó un mercado paralelo donde las transacciones se hacían a dos pesos por dólar. Para completar el cuadro, en ese inolvidable diciembre se declaró también el default de la deuda externa.
Al comenzar 2002 las reservas internacionales ascendían a 14.000 millones de dólares, de los cuales sólo 9.000 eran de libre disponibilidad, de manera que con todo este panorama por detrás sólo quedaban tres opciones: devaluar o liberar el tipo de cambio, una nueva convertibilidad o la dolarización completa de la economía.
A estas alturas no parece que sea necesario emplear demasiada energía en describir el completo desastre que se hubiera producido de haberse optado por alguna de las dos últimas alternativas. Si algunos colegas opinan lo contrario deberían decirlo abiertamente.
Contrariamente a muchos pronósticos, la flotación cambiaria –a la que se arribó luego de un breve período de transición con tipo de cambio fijo– no se transformó en hiperinflación. Esto no fue resultado de algún milagro, sino que obedeció fundamentalmente a que ha habido un manejo responsable tanto de la política fiscal como monetaria.
La devaluación fue sin dudas mucho mayor que si la salida de la convertibilidad se hubiera instrumentado cuando la crisis era más incipiente. Pero, lamentablemente, la falta de valentía para enfrentar la situación que exhibió el gobierno del doctor De la Rúa acumuló presiones y tornó una situación difícil en un colapso completo.
Es cierto que la capacidad de compra de los asalariados se ha deteriorado, pero el punto de arranque para medir lo ocurrido son las trágicas jornadas de diciembre de 2001, cuando nadie producía, nadie exportaba ni importaba y la economía caía vertiginosamente a un ritmo del 20% anual, lo que de haberse extendido hubiera generado una tasa de desempleo incalculable y quien sabe cuanta pérdida de la capacidad de compra de los asalariados.
Si omitimos estos hechos liminares, lo demás parece una comedia de enredos.
Las medidas de comienzos de 2002 y las que posteriormente adoptó el actual ministro de Economía han permitido que la caída se detuviera, comenzara un proceso de crecimiento, el desempleo empiece a disminuir y el nivel de ingresos haya recuperado casi la mitad de lo perdido a raíz de la inflación posdevaluatoria.
En cuanto a las exportaciones, durante la década de 1990 se produjo una importante desarticulación del aparato productivo, que dejó al país con escasa oferta exportable de bienes industriales. Esta debilidad estructural y el momento recesivo de Brasil y su propia devaluación conspiran contra un mejor desempeño de las exportaciones industriales.
Afortunadamente, el cambio de precios relativos, combinado con la competitividad de nuestro sector agropecuario y agroindustrial y el alza en los precios de los commodities han puesto un piso de crecimiento importante a nuestras ventas externas y, finalmente, en los primeros nueve meses del año han crecido un nada despreciable 15%.
La devaluación argentina del 2002 ha sido un hecho profundamente traumático, una decisión tomada en la peor de las situaciones y muy distante de un sereno ajuste competitivo de la economía. Esto no debería perderse de vista, en especial para que no vuelva a ocurrir.









