“Poder es hacer la propia voluntad. Todos dicen que para llegar al poder o mantenerlo, es imprescindible tener voluntad de poder, y eso es cierto. Sin embargo, hay distintas formas de ejercer el poder y hay distintos sistemas por medio de los cuales se ejerce el poder. En el poder absoluto de los reyes, de los iluminados, de los dictadores o aún de los militares, lo único que importa es la voluntad del jefe. En otros sistemas de convivencia, el poder fue dividido para que nadie pudiera abusar de él salvo violando las leyes que la comunidad se había fijado para su vida. La democracia es uno de esos sistemas de poder dividido. La Argentina es uno de los países que desterró de su convivencia el poder absoluto (la Constitución lo fulmina con la calificación de ‘infame traición a la patria‘) y también desterró la confiscación de bienes, esto es, que quien ejerza el poder se pueda quedar con la propiedad del más modesto de los ciudadanos, sin compensación y sin que sea por motivo de ‘utilidad pública‘. Así se preservó el poder de cada ciudadano.
Los autoritarios, los reyes absolutos o quienes no respetan las leyes en las democracias, pretenden ejercer el poder imponiendo su voluntad. Por eso no dialogan, sino que imponen. La democracia, especialmente la republicana o constitucional, es en cambio el sistema de gobierno del diálogo. ¿Por qué? Sencillamente porque es ‘el gobierno del pueblo‘ y ningún gobernante tiene el voto de todo el pueblo, sino sólo el de una parte; en consecuencia, debe conversar, oír, escuchar, respetar, dialogar, con la otra parte. El gobierno del pueblo es el gobierno de todos, oficialismo y oposición, y no el gobierno, por decir algo, del marido de quien ejerce la jefatura de uno de los poderes del estado. Si no pasa eso, si no se respeta la opinión de las minorías o -como ahora que ganó la oposición- de las mayorías, si no se dialoga, si no se buscan acuerdos mayoritarios, no estamos en un ejercicio democrático. Las formas hacen al fondo.
En democracia los gobernantes, separadamente, no pueden o no deben imponer su solo punto de vista a cualquier costa, porque perderían consenso, perderían representatividad, perderían el enorme poder que el pueblo delega y por cierto, finalmente, perderían las elecciones. En democracia, como el poder es de todos y no de quien detenta una primera minoría o aún una mayoría, es necesario buscar consensos sobre cada tema, respetando a la gente, respetando a las minorías. Sin diálogo, ese mandato democrático no se puede cumplir.
El diálogo político democrático no es para que los oficialismos hagan lo contrario de lo que piensan -salvo que piensen lo contrario de lo que la mayoría quiere-. El diálogo político democrático es para encontrar espacios comunes, un sentido de las cosas en común (que eso quiere decir con-senso), que seguramente no reflejarán enteramente la opinión de uno, pero seguramente reflejarán lo que es aceptable para casi todos. Hoy, acá, no es aceptable que el presidente usurpe facultades del Congreso con superpoderes, ni que mienta en las estadísticas, ni que legisle por decreto, ni que se lleve la plata de las provincias. Pedir que se respete la Constitución no es un intento de golpe, ni es una posición de un sector, ni es una exigencia desmedida de la oposición: es sólo el consenso. Es sólo sentido común. Es sólo democracia.
(*) Jefe del Bloque de diputados del PRO