Con motivo de la firma del Pacto Global, el pasado 23 de abril, vimos una foto con muchos managers que adhirieron a esa iniciativa de las Naciones Unidas a nivel mundial. No es extraño, ya que hoy se habla mucho sobre la Responsabilidad Social Empresaria (RSE), aunque no siempre con profundidad sino más bien para la foto. Pero eso no basta. La gente quiere muestras claras, contundentes, de lo que se hace. Es un desafío que no pueden desperdiciar quienes tienen programas interesantes en ese campo.
Ese mismo día una experta del Boston College Center de Estados Unidos, Celina Pagani-Tousignant, en el Foro Ecuménico Social explicaba investigaciones que señalan que casi la mitad de los encuestados no compran productos de una empresa debido a su comportamiento negativo en la sociedad, que 2/3 de la gente basa su opinión acerca de una empresa de acuerdo a su comportamiento social, y que el 40% hizo o consideró hacer un boicot a compañías que parecen irresponsables.
Ante esa realidad las compañías no van a convencer a los consumidores solo con fotos sino que precisan exhibir logros concretos. Surge entonces la necesidad de un nuevo instrumento de medición que permita evaluar con mayor detalle las actividades que desarrollan.
Un avance importante en esa dirección es el trabajo que realizó para ese Foro el economista Adolfo Sturzenegger, para definir la estructura de un Indice de RSE como inicio de un proceso de Certificación. En la presentación de esa iniciativa, hace un año, Jaime Castellanos, presidente del grupo español Recoletos, advirtió que ante los muy graves escándalos de grandes corporaciones no basta con ser honesto: hay que parecerlo y demostrarlo. Al respecto Marcelo Paladino, (IAE-Universidad Austral) advirtió en la Cátedra Abierta del Foro que Enron era una de las empresas más premiadas por su responsabilidad social (claro que antes de la quiebra). Por eso Castellanos resaltaba el esfuerzo de tantas empresas por detallar su compromiso con la responsabilidad social, y de medios, como los de Recoletos, que asumen un rol de portavoces y plataformas de ese debate.
Quizá convenga aclarar que RSE, por lo menos en Occidente, es un concepto que va más allá del apoyo a elementales derechos humanos y a las normas laborales y medioambientales vigentes. ¿Porqué habría que distinguir a los que cumplen con la ley, si esa es su obligación?
Los que se destacan en materia RSE son quienes tienen un código ético y un compromiso con la comunidad que por propia voluntad supera lo que las leyes indican. Implica, como señala Sturzenegger en su trabajo, un nuevo pacto, un nuevo contrato entre empresa y sociedad, que la gente está demandando.
¿Cuántas compañías podrían firmar ese pacto y demostrar, con una medición creíble, que lo están cumpliendo? Es una buena pregunta que marca una agenda futura.