Los líderes mundiales, junto con unos cuantos miles de manifestantes, se reunirán la semana que viene en Gleneagles, Escocia. La cumbre anual del Grupo de los Ocho (G-8) incluye a los principales países industrializados del mundo: Francia, Alemania, Japón, el Reino Unido y Estados Unidos; y a Canadá, Italia y Rusia, a los que les gustaría contarse entre los principales países industrializados del mundo. La agenda será mayormente, aunque no exclusivamente, económica.
Tal vez el lector recuerde la cumbre del arca, realizada en París en 1989, o la cumbre de Halifax, de 1995. Si no las recuerda, no es el único. Una encuesta informal entre economistas conocidos mostró que ninguno podía recordar nada que se hubiera decidido en una cumbre del G-8.
Algunos mencionaron los acuerdos del Plaza, en 1985. Lo que es un buen intento, pero no es correcto. El acuerdo para provocar la devaluación del dólar fue decidido en este gran hotel ubicado frente al Central Park, en Nueva York, pero no fue en la cumbre oficial sino en una reunión de ministros de Finanzas.
Otros colegas recordaron la notoriamente generosa hospitalidad en Okinawa, en 2000, y los disturbios en Génova, al año siguiente. Pero el vino y la brutalidad policial fueron los únicos aspectos que saltaron a la mente. Y hubo por lo menos una persona que recordó que la primera cumbre, de lo que entonces era el G-6, se realizó en 1975, en Rambouillet, un elegante château cercano a París. La economía mundial estaba sacudida por la conmoción del petróleo y la explosión inflacionaria, que fueron el primer revés importante para el progreso económico desde la Segunda Guerra Mundial. Pero la recuperación se debió más a las acciones decididas por individuos como Paul Volcker, que era el presidente de la Reserva Federal, y la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, que a cualquier acción coordinada que se haya tomado inmediatamente después de la cumbre de Rambouillet.
Lo que los dirigentes decidieron en esa cumbre fue que la acción coordinada era deseable y que era necesario ahorrar energía. También llegaron a la conclusión de que los países pobres requerían atención y la estabilidad financiera era importante. A continuación dejaron establecido que era necesario mantener más discusiones, que es lo mismo que han venido haciendo cada año, desde entonces. Uno no traiciona ningún secreto diplomático internacional si revela que la forma de empezar a preparar la agenda y el comunicado final es tomar la agenda y el comunicado del año pasado, y desempolvarlos.
Por supuesto, en ocasiones se puede encontrar sustancia detrás de las recepciones elegantes y los comunicados despersonalizados. La conferencia sobre Yugoslavia, que también se realizó en Rambouillet, y los intercambios de Camp David y Oslo, entre israelíes y palestinos, fueron eventos internacionales significativos. Lo que ocurrió en estas reuniones afectó la vida de millones de personas.
Las conferencias de Yalta y Potsdam definieron los acuerdos posteriores a 1945, y los estudiantes todavía estudian el Congreso de Berlín y el Tratado de Versalles.
Estas reuniones fueron significativas porque derivaron de acontecimientos específicos y urgentes, y porque trataron temas, como la guerra, la paz y la división territorial, que son competencia directa de los líderes políticos. Las cuestiones macroeconómicas internacionales no se prestan a ser resueltas de manera similar. La influencia que los dirigentes políticos tienen sobre ellas es marginal, en el mejor de los casos. El punto no es que el poder económico haya pasado a Bill Gates, de Microsoft y a Jeff Immelt, de General Electric, sino que el poder, en una economía global moderna y compleja, se esparce de manera muy amplia.
En consecuencia, las analogías entre el equilibrio de poder militar y el equilibrio de poder económico están mal concebidas. Y las reuniones en las que participan las naciones más industrializadas del mundo no son tan significativas en el siglo XXI, como lo fueron las de las Grandes Potencias, en los siglos XIX y XX.
En realidad, en la práctica no son casi nada significativas. La Organización Mundial del Comercio no administra el comercio mundial; El Banco Mundial no es el banco del mundo y el Fondo Monetario Internacional no maneja el dinero global. La característica definitoria de una economía de mercado es que ni un individuo, ni una corporación, ni un pequeño grupo puede determinar su rumbo. Pero como esto es difícil de captar, la falacia de que en estas salas de conferencia se toman decisiones de gran importancia para la economía mundial es mantenida, año tras año, por los políticos de adentro y los manifestantes de afuera.