Los principios multilaterales que surgieron en la posguerra y que impulsaron la economía mundial están siendo erosionados por actitudes nacionalistas. Durante la última semana los medios de comunicación han informado sobre un aparente resurgimiento de esta postura en Europa. En este caso, el detonante ha sido la decisión de algunos gobiernos, incluidos los de Francia y España, de trabar la venta de ciertas empresas a compradores extranjeros, incluso los provenientes de otros países de la Unión Europea.

Esto rompe con el espíritu de este Mercado Común y probablemente originará costos innecesarios y menor competitividad para los países miembros. La razón es que en una mayoría de casos las empresas cuyas ventas están siendo trabadas operan en el área energética. Mercados energéticos aislados o con una integración menor a la posible, generan costos mas elevados. Es probable que este comportamiento esté en parte impulsado por el impacto que la Guerra de Irak tuvo sobre el mercado petrolero mundial.

En materia de inversión extranjera directa (IED), los péndulos entre posiciones nacionalistas e integracionistas en los países industriales no son nuevos. Algo similar ocurrió en los Estados Unidos en la segunda mitad de los 80 cuando el dólar se debilitó a partir de 1985 y los extranjeros aprovecharon la oportunidad para aumentar sus tenencias de activos físicos en ese país. En ese entonces, resurgió un fuerte espíritu nacionalista, particularmente frente a las adquisiciones por parte de algunos países como Japón.

En relación a actitudes aislacionistas en otras áreas, por el momento, las que afectan a la IED, son relativamente menos intensas. Por ejemplo, en algunos países como los de la UE y EE.UU. las barreras a los movimientos de personas con bajos niveles de calificación han sido prohibitivas por mucho tiempo. Estas barreras tienen fuertes impactos negativos sobre muchos países pobres donde las remesas de trabajadores representan una fracción importante del balance de pagos. A su vez, al no poder migrar a los países más ricos, muchos deciden hacerlo a los países de ingresos medios como Argentina, con los consecuentes impactos que esto tiene sobre servicios públicos ofrecidos gratuitamente como educación y salud.

En gran medida, el proteccionismo agrícola de los países industriales también está originado en tendencias nacionalistas impulsadas por poderosos grupos de presión. El próximo 30 de abril vence el plazo establecido por los países de la OMC para acordar los parámetros (modalidades) bajo los cuales en una etapa inmediata posterior se acordaría la intensidad de la liberalización multilateral bajo la Rueda Doha. Como han dicho algunos observadores, estas negociaciones han estado en terapia intensiva por mucho tiempo y fue particularmente la habilidad diplomática de Pascal Lamy, Director General de la OMC, lo que evitó que estas negociaciones no fracasaran en la Reunión Ministerial de Hong Kong en Diciembre de 2005.

El G-20 –al cual pertenece la Argentina– ha sido claro en afirmar que sin un acuerdo agrícola ambicioso, no habrá ofertas de acceso en otras áreas como comercio de manufacturas y de servicios. La UE por su parte se ha plantado en una oferta agrícola claramente insuficiente al insistir por ejemplo, que 8% de las líneas arancelarias correspondientes a los productos agrícolas sean denominados “productos sensibles que se protegerían de la liberalización. El número subyacente de productos correspondiente a este 8%, cubre el grueso del comercio agrícola. El Banco Mundial ha estimado que basta con que un 2% de líneas arancelarias sean declaradas como sensibles para reducir las potenciales ganancias de la Rueda Doha en 75%.

Esta Rueda no puede seguir en terapia intensiva porque su fecha terminal coincide con el fin de lo que se conoce como la autorización al Ejecutivo otorgada por el Congreso de EE.UU. para negociar (“fast track ) en 2007. La actual posición intransigente de la UE en materia agrícola, condena la Rueda Doha al fracaso y la consecuencia de esto no será el mantenimiento del status quo: será algo peor que solo el correr del tiempo develará.

Los líderes de la posguerra tenían muy en claro que un mundo integrado con libre movilidad de factores y bienes era superior a uno dividido. Para lograr esto crearon instituciones multilaterales claves pero sobre todo, tuvieron el coraje de enfrentar a los grupos de intereses que con su retórica alimentaban tendencias nacionalistas que buscaban justificar elevadas barreras a estos movimientos. En muchos casos, este coraje se ha debilitado y en algunos países los grupos aislacionistas están controlando algunas políticas. El lento pero constante resurgimiento de estos controles y la intensidad conque se están aplicando en algunos casos, proyectan un retroceso de los progresos logrados durante los últimos 60 años.