La pregunta se respira hace un tiempo en el aire: ¿Sobrevivirá la RSE al embate de la actual crisis? Ante la primera gran turbulencia que enfrenta este movimiento desde su difusión masiva, los miedos no son menores. Entretenidas con cuestiones vitales como mantener la competitividad, ajustar costos o evitar despidos, las empresas podrían fácilmente distraerse de temas aparentemente menos urgentes como el ambiental y el social. ¿Quedará entonces la famosa Triple Línea de Resultados totalmente desequilibrada y la variable económica pasará a reinar una vez más? ¿Se retrocederán los casilleros ganados para volver al punto de partida?
La respuesta no es sencilla y tampoco unívoca. Sin duda, no faltan quienes escribirían gustosos el obituario de la RSE. Tal vez aquellos mismos managers que sin mucha convicción la toleraban como algo accesorio en épocas de bonanza y ahora van a disfrutar cortarla bajo argumentos de costos.
Sin embargo, lo que estos mismos ejecutivos pasan por alto es la estrecha relación entre las variables sociales y ambientales con el vector económico. Tal vez sin darse cuenta, se enfrentan a una falsa dicotomía, una elección forzada entre los números duros, las ganancias a toda costa que proponía Milton Friedman, y las variables más altruistas, que llevan a pensar nada menos que en la conservación del planeta o de su gente.
Lo que no ven es que, si bien los resultados no son inmediatos, hoy hay un gran consenso en que la RSE bien concebida, anclada en el corazón del negocio, está estrechamente ligada al éxito económico y a la subsistencia de una empresa. Claro que lo que sucede es que muchas veces los efectos de estas variables son más a largo plazo y, por lo tanto, se ven empañadas por urgencias y presiones cortoplacistas.
Los ejemplos de este vínculo entre las cuestiones aparentemente más soft, como la ambiental y social, y el imperativo económico se multiplican. En el plano ambiental, por ejemplo, nadie desconoce que muchos ahorros energéticos también generan importantes reducciones de costos o que el reciclado de muchos materiales impacta en ahorros de materia prima. Y está muy bien que así sea para que la estrategia tenga un fuerte anclaje en el negocio.
En el plano social, la relación es más diferida, pero impacta y en forma: ¿qué consumidor está dispuesto a comprar productos de una empresa que mantiene malas relaciones con su comunidad? ¿O cómo se logra atraer a los mejores talentos, esos que dispararán la facturación, si las políticas laborales no cuidan al famoso capital humano?
La crisis puede disparar este dilema entre el corto y el largo plazo, pero queramos o no la RSE dejó de ser hace tiempo un conglomerado de acciones de buena voluntad. Hoy es una aliada del desarrollo, tanto social y ambiental como económico. Aunque muchos no lo vean.