

Cuando tu trabajo es mirar películas y programas de TV una de las cosas más extrañas que te pasan es que podés conocer al máximo el trabajo de una persona sin cruzártela en tu vida. Es simple: un director hace diez películas, las ves todas, memorizás su estilo al detalle y sin embargo nunca accedés a charlar con él. Siempre me pregunto si conocer tanto de la obra de un realizador no es ser conciente de sus aspectos más íntimos sin que él termine de darse cuenta de ello. Es como una relación súper personal donde una de las dos partes todavía no se enteró del vínculo.
Hoy, Juan José Campanella es probablemente el director argentino con perfil más alto. Después de ‘El Hijo de la Novia’ y ‘Luna de Avellaneda’ su nombre es sinónimo de un cine de calidad pero que al mismo tiempo aspira a la masividad. Como sus películas, Juan es un tipo frontal, emocional, brillante, obsesivo, detallista, intenso, incurablemente romántico, divertidamente neurótico y neuróticamente divertido, que como todo buen director ama hacer y ver películas.
La primera vez que vi algo de su trabajo fue a principios de los años 90. Campanella vivía en esa época en New York y era un egresado de una escuela de cine. Ya había realizado un largometraje que no se había estrenado en Argentina (‘The Boy Who Cried Bitch’) y empezaba a hacer sus armas iniciales con unos telefilms para la cadena de cable HBO. Estos programas de TV eran como unas mini películas llamadas ‘Lifestories’, y basadas en traumáticas historias reales de adolescentes. Entre ellas estaba la de un joven que chocaba borracho y mataba a sus amigos, otra de una chica violada en una primera cita. El tono era arduo, pero viendo cualquiera de estos trabajos ya se podía percibir la mano segura de un tipo que entendía claramente lo que estaba contando. En un viaje familiar pude ver uno de estos programas y, sin saber que el responsable era un argentino, me impresionó. Por ‘Lifestories’ Juan recibió sus primeros Emmys (el Oscar del mundo de la televisión) y el permiso definitivo para vivir y trabajar en los Estados Unidos.
Su carrera siguió pero seguirle la pista desde acá era complicado. Hasta que...
En 1999 Campanella volvió a la Argentina para realizar una comedia dramática con toques románticos que había escrito con su mejor amigo, Fernando Castets. El film era la historia de un periodista que le daba la espalda a todo lo que creía y que no se daba cuenta que estaba perdiendo a la mujer que amaba. Planeado y rodado con varios títulos diferentes, finalmente se estrenó como ‘El mismo amor, la misma lluvia’. No era la típica película argentina del período: era la reinvención de Ricardo Darín como actor de cine, con una interpretación completamente madura y alejada de sus trabajos previos. La heroína era Soledad Villamil, que también se elevaba sobre todas las expectativas y llenaba la pantalla en cada segundo. La tercera revelación era Eduardo Blanco, que encarnaba al mejor amigo de Darín y demostraba un timing inusitado. No hacia falta más que ver la primera escena para sentir lo que yo mismo sentí hace ya diez años: ‘¡Epa! ¡Esto es cine en serio!’. Con toda la brillantez de este largometraje, su campaña de lanzamiento no le hizo justicia y no fue el éxito que merecía ser. Sin embargo modificó la carrera de todos los involucrados y hasta mi propia vida. De mi admiración por el trabajo de Campanella y Castets nació una amistad muy profunda. Descubrimos que nos gustaban las mismas películas, teníamos el mismo sentido del humor malsano y mirábamos el universo de formas muy parecidas. Con el tiempo acompañé todo el proceso de desarrollo de ‘El Hijo de la Novia’ (nominación al Oscar incluida), ‘Luna de Avellaneda’ y cada uno de los proyectos que los dos hicieron por separado. Cuando Juan dirigía alguna serie en New York (como ‘La Ley y El Orden’), si por alguna razón estaba por allá, trataba de ir al rodaje. Fernando fue uno de los testigos de mi casamiento. Los cuatro (incluyendo a Eduardo Blanco) nos pasamos horas comiendo y hablando de películas viejas que ya no le importan a nadie.
Hace dos años y medio Juan Campanella se me acercó y me dijo: ‘quiero que trabajemos juntos’. Me estaba proponiendo ser socio creativo. La sensación era increíble, como si Maradona te hiciera un pase en la final del mundo. Simplemente alucinante.
La génesis de su próxima película también tiene mucho que ver con una reunión con Claudio Villarruel, director artístico de Telefé, en su casa y que fue instrumental para que todo pasara. Claudio sabía muy bien lo que quería: films populares y estilizados, que demostraran que un código abierto no implica apuntar al común denominador más bajo, donde el logo del canal más visto del país se luciera. Los planetas se alineaban con Telefé apoyando y sosteniendo las propuestas.
Lo que siguió fue no menos fascinante. Juan leyó una novela policial de un autor que le encanta, Eduardo Saccheri, y le propuso transformarla en un largometraje. La película (basada en el libro ‘La Pregunta de sus Ojos’) planteaba una serie de desafíos muy complejos, con una narración enorme, escenas de acción, saltos temporales, personajes que envejecían... Una propuesta fuera de lo común para el achanchado cine local, acostumbrado a devaneos discursivos con pretensiones de trascendencia. Mientras avanzaban las diferentes versiones del guión, nuevos jugadores se sumaron al proceso: los productores Gerardo Herrero y Mariela Besuievski, los dos independientes más importantes del cine español que ya habían trabajado con Juan en ‘El Hijo de la Novia’ y ‘Luna de Avellaneda’, y la argentina Vanesa Ragone. Todos brillantes y con plena conciencia de que lo que el director quería implicaba era un riesgo importante. El elenco iba a ser muy llamativo: Darín, Villamil, Pablo Rago, y en un registro sorprendente, Guillermo Francella. El resultado es ‘El secreto de Sus Ojos’, que se estrena este jueves en toda la Argentina. Ahora la película es de ustedes, del público, quienes finalmente van a decidir si todo este tiempo y esfuerzo fue en vano o no.
¿Cuál es el secreto en los ojos de Campanella? Su mirada es como la de un nene que se enciende cuando te cuenta una idea. Ese disfrute, esa llama, mantienen la máquina en funcionamiento. Y como todos los grandes creativos (incluyendo todos los nombrados en esta nota), alguien que no se paraliza frente al miedo y está dispuesto a trabajar para enfrentarlo. Todo eso es parte de una visión única e irrepetible. O como dice Darín en la película: “los ojos... hablan .










