

En un trabajo reciente, Kym Anderson (economista australiano de renombre) estima que el desmantelamiento de los derechos de exportación impuestos por Argentina, aumentaría su valor agregado rural en 34%, mientras que el desmantelamiento de las barreras agrícolas que imponen otros países, lo aumentaría en 16%. De acuerdo a estas estimaciones, nuestras propias barreras están frenando el desarrollo agropecuario en una proporción que es más del doble de lo que lo están haciendo todas las barreras de acceso y las políticas de subsidios implementadas por el resto del mundo.
Estos órdenes de magnitud absolutos y relativos son lo suficientemente importantes como para incentivar una reflexión sobre los efectos que nuestras políticas pueden estar teniendo sobre nuestro desarrollo económico y social. Hay varios impactos que pueden ser incluidos en una discusión de este tipo incluyendo: 1) sobre la pobreza, 2) sobre el empleo y, 3) sobre la productividad sectorial y global de la economía. Lo que sigue, es una interpretación personal de la literatura que sin duda puede ser enriquecida por muchas otras opiniones.
Con respecto al impacto sobre la pobreza, los derechos y otras restricciones cuantitativas a las exportaciones (como también el proteccionismo agrícola multilateral), tienen dos efectos contrapuestos. Por un lado, estas barreras reducen los precios que los consumidores pagan por los alimentos, lo cual disminuye el número de personas que están por debajo de la línea de pobreza. Por otra parte, también disminuyen los ingresos principalmente del sector agropecuario y agro-industrial lo cual aumenta la pobreza. ¿Cuál efecto predomina?
No conozco estimaciones referidas específicamente a nuestros derechos de exportación (es una tarea pendiente) pero sí hay muchas que se focalizan en el proteccionismo agrícola mundial. La reducción de estas barreras tienen efectos similares: ambas aumentarían el precio de los alimentos y los ingresos. Las estimaciones realizadas, concluyen mayoritariamente que para la Argentina, una disminución del proteccionismo agrícola mundial reduciría la pobreza. Es por lo tanto razonable inferir tentativamente que el efecto ingreso que acompañaría una disminución de los derechos de exportación reduciría la pobreza en una proporción mayor que el aumento ocasionado por mayores precios de la canasta alimentaria.
Hay dos razones adicionales que refuerzan esta conclusión. Primero, las barreras a las exportaciones disminuyen más (en algunos casos mucho más) el precio recibido por los productores, que el pagado por los consumidores. El caso de la carne vacuna es bien conocido y vale la pena reiterarlo. Desde la introducción de las restricciones cuantitativas a las exportaciones, los precios pagados por los consumidores han descendido una cuarta parte de lo que lo han hecho los precios recibidos por los productores.
La segunda razón, es que una mayoría de los trabajadores de las cadenas agro-industriales poseen bajos niveles educativos y por ende, están entre los que reciben los menores salarios. En este contexto, las reducciones de sus ingresos reales pueden estar ocasionando un aumento neto de la pobreza.
Con respecto al impacto sobre el empleo, caben dos observaciones. Primero, si bien este sector no es el que tiene la mayor intensidad de empleo por unidad de valor agregado, para varios de sus productos la misma es más elevada que la observada en muchos otros sectores protegidos como por ejemplo, la producción de medios de transporte. Segundo, los impactos indirectos asociados con el crecimiento del sector agropecuario y agro-industrial son en muchos casos más importantes que los asociados con el crecimiento de otros sectores.
Finalmente, con respecto a la productividad cabe mencionar que si hay un sector que ha invertido y acercado su productividad a la frontera tecnológica, ese ha sido el sector agropecuario. Por ejemplo, mientras la producción cerealera por hectárea cultivada en Estados Unidos llegó a ser más de tres veces superior a la Argentina, durante los últimos 15 años esta brecha ha tendido a desaparecer. Esto ha mejorado la productividad del sector, y de la economía en general.
En resumen, si bien durante décadas hemos estado luchando contra el proteccionismo agrícola mundial principalmente el ejercido por algunos países desarrollados, en la actualidad podrían ser nuestras propias políticas las que están generando los mayores costos económicos y sociales. Esto no es un llamado a descuidar las negociaciones multilaterales, ni a un desmantelamiento acelerado de los derechos de exportación. Las interacciones económicas son un poco más complejas que las descriptas. Por ejemplo, dependiendo de su impacto sobre el crecimiento, menores derechos de exportación pueden o no ocasionar una disminución de los ingresos fiscales. Mi propósito es simplemente generar algunas dudas cuyos esclarecimientos nos permitirían mejorar los impactos sociales de nuestras políticas.










