Es mejor irnos acostumbrando a estos y otros nombres parecidos. Hu Jintao, Roh Moo-hyun y Tran Duc Long son los jefes de Estado de China, Corea republicana y Vietnam y, además de ser asiáticos, tienen en común que los tres llegarán a la Argentina la semana próxima. Lo harán en medio del anuncio de acuerdos e inversiones multimillonarias de China, que en menor medida compartirán seguramente Corea y Vietnam ya que sus mandatarios vienen acompañados por nutridas delegaciones empresarias.
“Cuanto mayor sea el crecimiento del Asia oriental, mayores serán las oportunidades de desarrollo de largo plazo de la mayoría de nuestras economías regionales, pudiendo aquél convertirse en una locomotora de vigor comparable a la que tuvieron en su momento Gran Bretaña y Europa, aunque entonces básicamente para la Pampa Húmeda . Esto es lo que escribí hace siete años en otro siglo, otra Argentina, y por cierto lo sigo pensando.
En el cuadro adjunto pueden verse los impresionantes datos de este subconjunto de países, que reúnen 47,3% de la población mundial y aproximadamente una cuarta parte del producto y del comercio mundiales, participaciones que aumentarán incesantemente a lo largo del siglo XXI. La presencia del comercio argentino en Asia Oriental es muy modesta, aunque está creciendo rápidamente. Las exportaciones a la región alcanzan ya a 17% de nuestras ventas totales y, al ritmo actual, en un par de años se convertirá en nuestro principal cliente, superando al Mercosur y a la Unión Europea. Pero en 2004 nuestras ventas serán por 5.700 millones de dólares, apenas 0,34% de las compras totales de la región e inferior al que nos compra en promedio el mundo (0,44%). Nuestras compras al Asia Oriental son de 2.900 millones de dólares, un porcentaje aun menor de las ventas totales de la región, apenas 0,15 %, contra 0,29% de las compras que hacemos al mundo.
¿Cuál es el principal interés de la Argentina en su relación con Asia Oriental? Sin dudas, lograr que ella llegue a ser lo que la Argentina nunca ha tenido: un mercado importante para sus manufacturas agroalimentarias y de todo tipo. La alternativa es seguir como hasta ahora, exportando casi exclusivamente materias primas y abriendo así un capítulo análogo al de hace 130 años en nuestra relación con Gran Bretaña y Europa. En otras palabras, la disyuntiva es ser el granero y el yacimiento del Asia Oriental o uno de los shoppings de este continente. Si el acuerdo con China termina siendo lo que sugieren los trascendidos, es inmediata la evocación de nuestra vieja relación de hace un siglo, con el socio principal poniendo la infraestructura y la Argentina las materias primas. No está mal, pero no sólo podría ser mucho mejor sino que se insinúan peligros. Como escribí en estas columnas en abril y junio de este año, las carencias chinas de materias primas y alimentos, incluidos gravísimos problemas ambientales, son la traba principal a su crecimiento económico. Si ella no se resuelve, China tampoco podrá hacer uso de una de sus principales ventajas, cual es la de una oferta muy abundante de trabajo barato. Por eso China tiene un interés vital en asegurarse estos abastecimientos invirtiendo aquí y la Argentina debe aprovecharlos, pero poniendo a la apertura del mercado chino a nuestras manufacturas a la cabeza de cualquier otra consideración, haciéndole saber a China y a los otros países de la región que lo que nosotros queremos vender son productos elaborados.
La eventual concentración del acuerdo en inversiones en petróleo e infraestructura sugiere también otras consideraciones. Primero, que ellas deberían ser licitadas y concedidas al mejor postor, evitando cometer los mismos errores de algunas privatizaciones de los noventa que se realizaron en condiciones monopólicas e inconvenientes para el país. Segundo, también sería un error intentar usar a China como el atajo para sortear los rigores del cumplimiento de los contratos. Con o sin acuerdo con China, la Argentina debe volver a ser un país que cumple sus contratos. Sigue siendo cierto, y ojalá sea tenido en cuenta hoy por el gobierno, lo que escribí también en 1997: “la expansión hacia el Asia Oriental requiere una programación de mediano y largo plazo, que debe aunar necesariamente los esfuerzos del Gobierno y del sector privado . Ojalá estemos todavía a tiempo de hacerlo.