Una gran parte de los mitos contemporáneos de la Argentina parece funcionar sobre la estructura de ‘La Cenicienta’, la joven humilde que al final del cuento se convierte en princesa. Esta fantasía de ascenso en la escala social está enraizada en nuestras vidas. La podemos ver por todos lados, desde el dogma peronista hasta las telenovelas de la tarde donde la chica pobre llega a la ciudad y se enamora del hijo del millonario. El mismo mito trajo a nuestro país a varias generaciones de inmigrantes que veían en esta aparentemente generosa tierra la posibilidad de una vida mejor, una chance de trepar los escalones que separan el hambre de la riqueza. Por eso es lógico que en el siglo XX se hayan instalado iconos masivos que operan sobre este andamiaje mítico: Eva Perón, Mirtha Legrand, Diego Maradona, Palito Ortega, Susana Giménez y básicamente todos los ganadores de ‘Gran Hermano’ cuentan esta historia del barro que se convierte en oro. La clásica imagen es la de la chica que baja del tren llevando una valijita y caminando azorada por las calles de la gran ciudad, a veces interpretada por María de los ngeles Medrano, Leonor Benedetto, Grecia Colmenares, Natalia Oreiro y hasta Madonna. La vimos tantas veces que hoy es el gran lugar común de la ficción televisiva local.

Y después de todo está Sandro. Misterioso, inescrutable, rodeado de un velo que lo pone en un lugar inalcanzable, Sandro es un ídolo popular que escapa de esa clasificación casi automática del tipo pobre que escaló hasta la fama.

Si bien su origen es humilde y su despegue se dio rápidamente gracias a un programa de TV de la mano de Pipo Mancera, su figura está sostenida sobre otro eje más complejo. Como un superhéroe, Sandro tiene una doble vida. De noche, en público, es esa figura que genera pasiones, cargada de sensualidad y seguida por sus ‘chicas’. De día, en su baticueva de Banfield sin la mascara ni la capa, es Roberto Sánchez, un tipo común.

O por lo menos esa era la formula hasta que los problemas pulmonares retiraron al todopoderoso Sandro y solo dejaron frente a nuestros ojos al humano y frágil Roberto Sánchez, devenido en una voz que sale en radios zonales y que luego es reproducida en los programas de chismes y los noticieros. Una voz inconfundible, pero que contando su problemático estado físico ya no tiene cara o por lo menos, no la cara del mito. En esa distancia entre Sandro y Sánchez está el abismo entre lo que quisiéramos ser y lo que realmente somos. Roberto es como Sandro cree que somos las personas ordinarias en nuestra intimidad. O quizás es al revés y Sandro es la construcción que Roberto Sánchez creó para representar una visión idealizada de sí mismo, separándose de lo mundano. Para diferenciar a la figura publica de la persona, Roberto Sánchez construyó una muralla. Su casa aparece en cámara literalmente como un paredón altísimo con una puertita y un portero eléctrico. Sólo unos pocos elegidos de su intimidad cruzan la puerta y eso sigue dándole pie a una enorme cantidad de leyendas. ‘Sandro se casó’, ‘Sandro está muy mal’. Los medios, al no poder llegar a la fuente, interpretan o tuercen las palabras de vecinos y amigos y todo se amplifica. En los últimos meses fueron varias las veces que corrieron rumores sobre empeoramientos de su salud, disponibilidad de órganos para un transplante y milagrosas mejorías. Tanto que más de una vez el propio cantante tuvo que aclarar su situación, telefónicamente o a través de ese metálico portero eléctrico. Pero la barrera invisible sigue haciendo que toda su información siga llegando -como siempre- fragmentada por diseño del propio ídolo.

Un amigo dice que nunca vamos a saber que Sandro se murió hasta que no hayan pasado meses. Disiento, Roberto Sánchez es quien puede morir, Sandro es inmortal. Entre otras cosas, por que es una fabricación y por eso no está atado a las leyes humanas. Sus conquistas amorosas llevan décadas alimentando las revistas del corazón, pero solo el reciente matrimonio de Sánchez solo tomó forma real el día que las fotos de su casamiento salieron publicadas. Es interesante, por que pocas figuras masivas de la Argentina han tenido tan claro como manejar su lugar publico. Durante años se lo comparó con Elvis Presley por los numerosos paralelos entre los dos: los representaron la sexualidad en contextos represivos, los valores anárquicos del rock and roll (aunque ambos derivaron hacia ritmos más domesticados) e incluso la idea de que fueron construidos por sus mentores (el coronel Tom Parker en el caso de Presley, Oscar Anderle en el de Sandro). Profundamente inteligente, Roberto Sánchez no tiene el mismo nombre que la criatura que inventó y a diferencia de Elvis, pudo separar persona y personaje y no ser fagocitado por el mito. Finalmente, Roberto pudo imponer en nuestras vidas una ficción, con tanto talento que fuimos nosotros los que nunca pudimos darnos cuenta donde terminaba uno y arrancaba el otro.