Durante 25 años, las negociaciones entre países desarrollados en torno al cambio climático avanzaron a velocidad glacial. Pero en los últimos días, las afianzadas posiciones se descongelaron más rápido que las capas de hielo polar. Este derretimiento se debe a los esfuerzos de una persona: Angela Merkel.

Su gradual aumento de la presión sobre George W. Bush, en momentos tan sutiles que casi no se notaron, permitió que el 7 de junio se produjera un notable giro en las relaciones internacionales sobre calentamiento global. A partir de la cumbre del G8, el protocolo de Kioto –el único acuerdo internacional que contiene compromisos legalmente vinculantes para reducir los gases de efecto invernadero, – fue inesperadamente rescatado de su lenta muerte en manos de la intransigencia diplomática. ¿El improbable salvador? El presidente Bush.

La negociación, día a día

Vale la pena mencionar la serie de acontecimientos que se produjeron hasta este notable cambio. Primero, Bush anunció el 31 de mayo que estaba preparando una serie de reuniones internacionales para que los 15 países que más generan emanaciones de gas invernadero acepten reducirlas dentro de los próximos 18 meses. Eso fue increíble proviniendo de un hombre cuyos funcionarios recién el año pasado empezaron a reconocer que el cambio climático existe.

Sin embargo, rápidamente se sospechó que sus propuestas eran una forma de tapar los planes de Merkel de fijar recortes de emanaciones para evitar que las temperaturas globales suban más de 2 grados.

Bush no prometió disminuir las emanaciones y no fijó ningún cronograma para cumplir con los recortes. En otras palabras, Bush finalmente acordó conversar sobre el cambio climático, pero sin asumir el tipo de compromiso que permitiría que las negociaciones dieran verdadero fruto.

Pero cuando el presidente repentinamente aprovechó la iniciativa de los europeos –no hay que olvidar que en todos los encuentros internacionales sobre cambio climático desde que Bush asumió el poder, Estados Unidos sólo se presentó una vez para bloquear la entrada en vigencia de Kioto o para detener negociaciones sobre sus futuras etapas–, desequilibró a sus anfitriones del G8. En vez de comprometerse a reducir emanaciones según el protocolo de Kioto, evitó el proceso de la ONU sugiriendo otra serie de conversaciones, controladas por Estados Unidos.

Cuando se reunieron los líderes del G8, parecía que el único resultado posible de las conversaciones sobre cambio climático era la aprobación de la iniciativa de Estados Unidos. Sin embargo, el jueves Merkel demostró que si bien es uno de los participantes nuevos de la mesa del G8, conocía muy bien los debates sobre cambio climático. Ella ya había tenido que negociar Kioto en representación del gobierno alemán. A fines de la semana pasada, ya casi había completado el proceso.

Objetivos en línea

Merkel organizó sus fuerzas con extremo cuidado. Tenía tres objetivos para la cumbre del G8: acordar medidas para evitar que la temperatura suba 2 grados; reducir a la mitad las emanaciones para 2050; y lograr que el mecanismo para cumplir con esas reducciones fuese la compraventa de emanaciones. Naturalmente, los estados miembro de la UE coincidían y EEUU se oponía. Pero Merkel tenía una carta más –no se conocía cuál era su verdadero plan B.

Con inteligencia, Merkel también logró convencer al primer ministro japonés, Shinzo Abe, de que patrocine su compromiso de reducir a la mitad las emanaciones para 2050. Luego, influyó sobre Stephen Harper de Canadá –un político conservador cuyas inclinaciones antiambientalistas fueron fuertemente reprochadas por el pueblo canadiense deseoso de actuar sobre el calentamiento global. Harper, que primero había apoyado a Bush, rápidamente se cambió al bando que presionaba al presidente estadounidense.

El miércoles al mediodía, el primer día de la cumbre, esas presiones forzaban un desenlace. Rápidamente quedó claro que Estados Unidos no aceptaría la meta de evitar un incremento de 2 grados en la temperatura ni reducir las emanaciones para 2050. La mayoría de los medios se concentraban en la pérdida de estos objetivos por parte de los anfitriones alemanes, para poder describir el encuentro como un fracaso. Las organizaciones no gubernamentales estaban ansiosas por informar que la infructuosa cumbre había avergonzado al país anfitrión.

Pero el jueves a la mañana, en medio de esas críticas, Merkel logró lo que había sido el primer objetivo desde el principio. Dejó en claro que ella no permitiría un desacuerdo sobre si las conversaciones climáticas debían tener lugar dentro de la ONU. Seis naciones invitadas la apoyaron. Y finalmente Bush, sin nada a qué recurrir, por primera vez fue obligado a aceptar futuras negociaciones sobre un sucesor para el protocolo de Kioto. Las conversaciones comenzarán dentro de los próximos seis meses –suficiente tiempo para que un iceberg “se desprenda de la barra de hielo ártico. El mundo tendrá una oportunidad de renovar su único acuerdo internacional para reducir emanaciones.

Como resultado directo de las hábiles maniobras políticas de Merkel, el tratado que ella trató de redactar recibió una nueva segunda oportunidad, cuando hacía tiempo que lo daban por muerto.

Traducción: Mariana I. Oriolo