

El gobierno nacional ha enviado al Congreso un nuevo proyecto de Ley de Educación el cual estaría dirigido a solucionar los graves problemas que el sistema educativo sufre y son por todos conocidos. Resulta evidente que la Argentina necesita implementar cambios para aunque más no sea recuperar el nivel que la caracterizara en otros tiempos y que en ciertas áreas todavía posee.
Pero hay un problema central que no parece discutirse: parece que los argentinos tendremos una gran crisis económica y una reforma educativa cada década. Los daños ocasionados por las crisis son conocidos y los de las reformas educativas no son tampoco menores. Tal como conejitos de indias en un laboratorio, nos vemos sujetos a distintos experimentos, ante los cuales se nos plantea que ahora sí, éste nuevo va a ser el que verdaderamente va a funcionar. ¿Cómo podemos saberlo? Tal vez sea ésta la propuesta correcta o tal vez no, el problema que lo vamos a saber dentro de diez años cuando algún futuro gobierno nos proponga la esperada reforma.
De la misma forma que no queremos tener más crisis económicas, tal vez sería bueno pensar en que deberíamos tener más reformas educativas. O, por el contrario, implementar una que fuera la “reforma permanente , o el experimento constante con nuevas temáticas, métodos y tecnologías educativas. Hace pocas semanas tuve que dar una clase para una institución educativa suiza: fue online desde el hotel en Guatemala, donde me encontraba de viaje, para alumnos en India, Pakistán, Nigeria, un árabe en Londres y algunos argentinos, uno de ellos en Trieste.
Los alumnos escuchaban la clase por los parlantes de sus computadoras, seguían la clase viendo un ‘power point’, podían verme por la webcam, chatear conmigo e incluso pedir la palabra, ante lo cual les pasaría el micrófono y todos escucharíamos sus comentarios o preguntas. También podía dibujar nuestras consabidas curvas de oferta y demanda o escribir fórmulas en la pantalla, llevarlos a una página web o pasarles un video. Y vaya a saber dónde estarían, en sus casas, oficinas, de viaje, no importa.
Por supuesto que una ley puede contemplar esta circunstancia tan moderna, pero el problema es que muy probablemente el año que viene ya estaremos utilizando otra tecnología, superior, una que aún hoy ni siquiera anticipamos. Tal vez sea una universidad virtual acreditada en Second Life, ese mundo virtual donde ya se venden y compran propiedades virtuales y las empresas testean sus nuevos productos.
Ante semejantes innovaciones la regulación estatal de la educación es un estorbo que no permite innovar en un área que lo necesita, y mucho. Se puede esperar diez años más para saber si la próxima reforma tuvo éxito o no, el problema es que en ese lapso el ‘mercado’ de la educación va a haber evolucionado tanto que, sin duda, vamos a estar necesitando otra reforma para adaptarnos a cosas que hoy mismo están sucediendo.
La ‘reforma permanente’ sería una que permitiría todo tipo de cambios y de experimentos. No seríamos ya todos conejitos de Indias, sino que habría muchos proyectos iniciándose al mismo tiempo, aprovechando la capacidad creativa y el conocimiento disperso de las circunstancias de tiempo y lugar que solamente el que está en Calamuchita o en Pico Truncado conoce.
Algunas de esas iniciativas sin duda fracasarían. Pero el daño sería limitado a un pequeño grupo. Ahora todos estamos sujetos a las consecuencias del fracaso. Se generaría además mucha información hoy inexistente, se conocerían los proyectos con éxito y serían copiados los que hayan ‘demostrado’ funcionar mejor.
Cuando Mao Tsé-Tung quiso sacar a China del ‘experimento’ de la ‘Revolución Cultural’ que hizo de muchos chinos algo así como conejillos, o redujo su nivel de vida cerca del de éstos, planteó la consigna ‘que cien flores se abran, que florezcan cien ideologías’. No fue tan abierto tampoco, la apertura (y tan sólo económica) llegaría después, pero la idea es correcta.
Terminemos de hablar sobre qué hacemos con este monopolio y abramos la educación a la competencia.









