La reputación de los economistas, que nunca es demasiado grande, ha sido víctima de la crisis global. Desde que el sistema financiero del mundo se tambaleó al bordo del abismo tras el colapso de Lehman Brothers, los críticos -que son muchos, empezando por la reina Isabel II- han planteado una pregunta incómoda pero muy pertinente: ¿los economistas sirven para algo?
En parte, esta crítica es desacertada. Las predicciones específicas sobre el crecimiento económico o los niveles de la bolsa afirman un conocimiento que no pueden tener los que hacen los pronósticos. Los sistemas económicos son típicamente dinámicos y no lineales. Esto significa que es probable que los resultados sean muy sensibles a los cambios en los parámetros que determinan su evolución. Además, estos sistemas son reflexivos, en el sentido de que lo que la gente cree que ocurrirá influye sobre lo que finalmente ocurre.
Si ante estas dificultades uno se pregunta por qué los economistas persisten en hacer predicciones, la respuesta es que pocos lo hacen. Sin embargo, queda la minoría que responde cínicamente a la insaciable demanda pública de pronósticos. La mayor parte de los que lo hacen están empleados por el sector financiero, más como entretenimiento que por sus consejos.
Los economistas suelen hacer conjeturas no realistas, pero lo mismo hacen los físicos. Un modelo simplificado elimina factores que pueden confundir y es un método tan legítimo en Economía como en Física.
Como es fácil responder a estas críticas sobre malas predicciones y conjeturas no realistas, los ataques suelen ser ignoradas por los economistas académicos, quienes se quejan de que los críticos no entienden lo que los economistas hacen realmente. Pero si los críticos entendieran lo que los economistas hacen realmente, las críticas podrían ser aún más severas.
Aunque los pronósticos xactos raramente sean posibles, debería poder describirse la forma en que es probable que se desarrollen los acontecimientos; el espectro amplio de las opciones en materia de políticas y sus consecuencias. Y debería ser posible obtener un consenso amplio sobre la interpretación de los datos empíricos para respaldar ese análisis. Eso está muy lejos de ocurrir.
Las dos ramas de la Economía más relevantes para la crisis reciente son la Macroeconomía y la Economía Financiera. La primera se ocupa del crecimiento y los ciclos. Su paradigma dominante se conoce como equilibrio general dinámico estocástico que es un modelo complejo que busca incorporar -en un marco único- tiempo, riesgo y la necesidad de tener en cuenta el comportamiento de muy diferentes compañías y hogares. Por su parte, el estudio de los mercados financieros se centra en la hipótesis del mercado eficiente -que implica que toda la información disponible está incorporada en los precios del mercado, de modo que en todo momento esos precios reflejan la mejor estimación posible del valor de los activos subyacentes- y el modelo de valoración de activos de capital. Esta última noción afirma que lo que vemos es el resultado de decisiones tomadas por un mercado de jugadores racionales que actúan creyendo en los mercados eficientes.
Hay una íntima relación entre estas teorías, pero la forma en que los que proponen estos modelos han hablado en los últimos tiempos era claramente falsa: proclamaban estabilidad cuando la crisis era inminente, y la eficiencia del mercado, cuando los errores en los precios eran grandes. Reguladores como Alan Greenspan, ex presidente de la Reserva Federal de EE.UU., afirmaban que el crecimiento en las operaciones con instrumentos de inversión complejos representaban la aparición de herramientas de gestión de riesgo nuevas y más efectivas, que hacían más estable la economía. Incluso en 2007, el FMI justificaba este optimismo refiriéndose a la capacidad de EE.UU. de generar activos con una atractiva liquidez y características de gestión de riesgo.
Estas afirmaciones equivocadas encontraron sustancial apoyo profesional. En 2003, Robert Lucas, de la Universidad de Chicago, quien recibió un premio Nobel de Economía, afirmó que la macroeconomía ha tenido éxito: se ha resuelto su problema fundamental que era la prevención de depresiones.
La crítica seria que se le puede hacer a la macroeconomía moderna no es que los que la practican no anticiparon que el Lehman se iba a desplomar, sino que no entendieron los mecanismos que habían puesto en grave riesgo a la economía global. Las subsiguientes decisiones que se tomaron han sido pragmáticas y le deben poco a las teorías económicas. El debate reciente es notablemente parecido al que se desarrolló después de 1929. El tema central es: la austeridad versus el estímulo fiscal.
El debate académico de la austeridad versus el estímulo se centra en una propiedad observada en los modelos basados en el programa DSGE. Si el gobierno aplica estímulo fiscal aumentando el gasto o recortando impuestos, la gente reconoce que esto significa menor gasto o impuestos más altos en el futuro. Por lo tanto, la población reduce el gasto. Esta característica -llamada a veces equivalencia ricardiana- implica que la política fiscal no es efectiva para responder al trastorno económico.
John Cochrane, colega del profesor Lucas en la Universidad de Chicago, dijo, en un debate con Paul Krugman, también ganador del premio Nobel, sobre la influencia de la escuela del DSGE, que "si se quieren entender los efectos del gasto gubernamental hay que especificar por qué las premisas que llevan a la equivalencia ricardiana son falsas". Esta es una demanda razonable, pero es evidente que las conjeturas subyacentes no son ciertas. Nadie cree que toda la población calibra su ahorro a largo plazo alineándolo con los pronósticos sobre deuda pública y niveles de gasto del gobierno para las próximas décadas.
Pero Cochrane no se da por vencido fácilmente y asegura que los economistas han pasado una generación dándole vuelta a la teoría de la equivalencia ricardiana, analizando a su luz los probables efectos del estímulo fiscal, generalizando los si e imaginando los probables por consiguientes. Esta es exactamente la manera correcta de hacer las cosas. El programa que describe modifica el modelo núcleo de una manera que lo hace más complejo, pero no necesariamente más realista, introduciendo parámetros para representar fallas de las premisas del modelo que suelen describirse como fricciones, o costos de transacción.
Pero, ¿por qué decir que este procedimiento es exactamente la manera correcta de hacer las cosas?. Hay por lo menos dos alternativas. Por ejemplo, Joseph Stiglitz y sus seguidores prefieren un modelo que conserva muchas de los supuestos de Lucas pero le dan gran importancia a las imperfecciones de la información. Después de todo, la equivalencia ricardiana requiere que los hogares tengan mucha información sobre las futuras opciones en materia de presupuesto o, al menos, que actúen como si la tuvieran.
Otra posibilidad es suponer que los hogares responden mecánicamente a los acontecimientos según normas de comportamiento específicas, como las ratas en un laberinto. No es evidente si las suposiciones o conclusiones de esos modelos sean más o menos creíbles que las que prefieren Lucas y Cochrane.
Otra línea de ataque descartaría totalmente la idea de que el mundo económico puede se descrito por un modelo universal en el que la relaciones clave estén predeterminadas. El comportamiento en materia económica está influenciado por tecnologías y culturas que evolucionan de maneras que, si bien no son al azar, no pueden describirse del todo con los tipos de variables y ecuaciones con las que están familiarizados los economistas. El futuro es radicalmente incierto y los modelos, cuando se los utiliza, deben tener contextos específicos.
En este mundo ecléctico, la equivalencia ricardiana no es más que una hipótesis sugerente. Es posible que un efecto así exista, aunque uno puede mostrarse escéptico con respecto a si es grande, y sospechar que su tamaño depende de una gama de factors contingentes que pueden causar confusión, como la naturaleza del estímulo, la situación política general, la naturaleza de los mercados financieros y los sistemas de bienestar social. La generación de economistas posterior a John Maynard Keynes se embarcó en este tema cuando trató de cuantificar uno de los conceptos centrales de su Teoría General: la función del consumo, que relacionaba el gasto agregado durante un período al ingreso nacional. Para eso, trataron de medir qué porción del estímulo fiscal se gastaba.
Pero hoy no podrían publicar estudios similares porque se diría que el modelo es teóricamente inadecuado. El rigor y la coherencia son las dos palabras más poderosas en la Economía actual, y son características de un enfoque deductivo que extrae conclusiones de un grupo de axiomas, y cuya relevancia empírica depende de la validez universal de esos axiomas.
Para muchos, el razonamiento deductivo es lo que distingue a la ciencia, mientras la inducción -en la que el argumento deriva del sujeto- es el método propio de la historia o la crítica literaria. Pero esta es una distinción artificial y exagerada. A menudo, el progreso científico resulta de la observación de que algo funciona, lo que se percibe mucho antes de que se entienda por qué funciona.
En la Economía, el razonamiento deductivo basado en la inferencia lógica de una serie específica de deducciones a priori es "exactamente la manera correcta de hacer las cosas". Lo absurdo no es el uso del método deductivo, sino el hecho de que se lo considere el método exclusivo. Este debate no es simplemente sobre la matemática versus la poesía. El razonamiento deductivo necesariamente recurre a la matemática y la lógica, y el razonamiento inductivo -basado en la experiencia y, sobre todo, en la observación cuidadosa- utiliza con frecuencia la estadística y la matemática.
La Economía no es una técnica en busca de problemas sino una serie de problemas que necesitan solución. Estos problemas son variados y las soluciones inevitablemente serán eclácticas. Este enfoque pragmático no sólo requiere el auxilio de la lógica deductiva sino también conocimientos sobre el proceso de formación de opiniones, y sobre antropología, psicología y comportamiento organizacional, además de una meticulosa observación de lo que hacen las personas, las empresas y los gobiernos.
La creencia de que los modelos no son sólo herramientas útiles sino que pueden brindar descripciones amplias y universales cegó a los que los proponen y no les permitió ver las realidades que tenían frente a la nariz.
