Mientras Buenos Aires duerme, La Salada está despierta. A las tres de la mañana, los compradores se abren paso por los angostos pasillos del caótico mercado informal más grande de América latina, arrastrando bolsas repletas de todo tipo de artículos desde ropa de marca falsificada hasta DVD pirateados.


"¡Mirá esto, a sólo 135 pesos!", exclamó contento Rodrigo Vega mientras mostraba un par de jeans explicando que el precio cerca de 15 dólares al tipo de cambio oficial es al menos una quinta parte de lo que podría costar en un shopping de categoría en Argentina.


Para Vega, al igual que muchos otros argentinos que hacen malabarismos para vivir de su salario debilitado por una inflación de dos dígitos y una moribunda economía, vale la pena hacer siete horas de ómnibus desde el interior para llegar a La Salada que genera ingresos anuales de al menos u$s 3.000 millones, según los organizadores. Otros compradores arriban desde lugares tan lejanos como Paraguay y Brasil para unirse a cientos de miles que los días de mercado visitan los 40.000 precarios puestos amontonados en depósitos ubicados sobre la orilla de un río putrefacto de los decadentes alrededores de Buenos Aires.


Su popularidad explotó primero durante el derrumbe económico del país a principios de siglo, época en que los argentinos se veían atraídos por los bajos precios de productos textiles elaborados en talleres clandestinos locales. Pero La Salada está de nuevo en auge. "Durante tiempos de vacas flacas, La Salada despega, pero cuando las cosas fueron mejor [durante el boom de los commodities] la gente se había acostumbrado a venir por lo que siguió creciendo", contó Jorge Castillo, la cara pública de La Salada y el administrador del principal depósito. Según él, el mercado vende al menos u$s 20 millones en mercaderías por día, con ventas anuales que compiten con todo el comercio electrónico argentino, que asciende a cerca de u$s 4.400 millones.


"Ahora las cosas están mal de nuevo, la gente sigue comprando acá cada vez más. Muchos no pueden llegar a fin de mes", agregó Castillo, quejándose del estancamiento de la economía argentina.


Si bien la presidente Cristina Fernández aseguró en un viaje a Europa que menos del 5% de argentinos es pobre después de que gobierno dejó de publicar las tan cuestionadas estadísticas de pobreza en 2013, los grupos independientes estiman que más del 25% de la población cayó por debajo de la línea de pobreza el año pasado cuando los precios subieron 40%.


Mientras Fernández se acerca al fin de su mandato, con elecciones en octubre que se espera producirán una administración más amiga del mercado, salió a defender con ferocidad su trayectoria política. Forma parte de un esfuerzo por apuntalar su base de poder, compuesta mayormente por pobres, para mantener cierta influencia una vez terminada su presidencia.


Si bien La Salada está en la lista negra de la Oficina del Representante de Comercio norteamericano debido a los artículos falsificados abundan los logos de marcas como Adidas, Nike o Lacoste, su popularidad le brinda protección contra el tipo de intervención de mano dura habitual en el país.


De hecho, el gobierno hasta invitó representantes de La Salada a misiones comerciales a países como Angola y Vietnam en un esfuerzo por exportar su modelo de negocios, que reduce costos eliminando a los intermediarios. "Ahora es un lugar de progreso, no sólo de supervivencia", asegura Sebastián Hacher, autor de un libro sobre La Salada que recalca sus "brutales contradicciones", y al mismo tiempo encarna el lado oscuro de Argentina y su capacidad para la creatividad frente a la adversidad.


Castillo rechaza las acusaciones de evasión fiscal y asegura que provienen de las "crueles" élites de comerciantes tradicionales que temen perder sus jugosas ganancias. "Los empresarios argentinos no saben competir. No quieren pagar impuestos, quieren crédito fácil, y dólares baratos. Quieren el paraíso, para vivir como reyes", afirmó.