Para muchos de los residentes más pobres de Madrid, la lucha diaria para poner comida sobre la mesa termina en un gran depósito ubicado en la periferia de la capital española: el banco de alimentos central.

Con cajas de mandarinas y pimientos apiladas hasta el techo, y alimentos básicos como pastas, arroz y galletitas, el banco es la principal fuente de abastecimiento de los comedores populares y otras organizaciones benéficas que surgieron en toda la ciudad. Cincuenta mil kilos de alimentos y bebidas salen del depósito todos los días.

El personal afirma que las donaciones aumentaron considerablemente desde que comenzó la crisis española, pero que la demanda creció aún más. En los últimos cinco años, el número de españoles que dependen de los 55 bancos de alimentos del país trepó de 780.000 a 1.500.000 y a pesar de crecientes señales de una recuperación económica sus números siguen aumentando.

"En el plano macroeconómico se ve que las cosas van mejor. Pero nuestra gente no nota ningún cambio", dice Nicolás Palacios, presidente de la federación de bancos de alimentos de España. "Hay cada vez más gente cuyos subsidios de desempleo han expirado, y agotaron todas sus reservas financieras. Incluso si tienen algún ingreso, unos cientos de euros no son suficientes para alimentar a una familia entera".

Su observación se contrapone a la reciente oleada de optimismo acerca de las perspectivas económicas de España. El país salió de la recesión hace más de un año, y se espera que para el año próximo anuncie la tasa de crecimiento más alta de todos los países grandes de la eurozona. El índice de desempleo está finalmente cayendo, y el sector financiero de España que por tanto tiempo fue fuente de preocupación en toda Europa salió victorioso de las más recientes pruebas de estrés del Banco Central Europeo. Incluso el Fondo Monetario Internacional ha elogiado generosamente la tan veloz recuperación económica del país.

En España, sin embargo, los economistas y los analistas advierten que la reciente recuperación está haciendo poco, o nada, para aliviar una aguda crisis social. Hay especial preocupación por la suerte de la creciente cantidad de gente que hace mucho tiempo que está desempleada y de los más de 700.000 hogares que no generan ingresos laborales y tampoco reciben beneficios gubernamentales de ningún tipo. Otro gran temor es que muchas de las personas más afectadas por la crisis están tan pobremente calificadas y tan apartadas del mercado laboral que difícilmente encuentren un nuevo empleo, incluso si la recuperación económica se acelera en los años venideros.

Organizaciones como Cáritas intentan cubrir el vacío. El número de personas que reciben ayuda de emergencia de esa rama de beneficencia de la Iglesia Católica Romana aumentó de 350.000 en 2007 a 1 millón hoy. Incluso un año después del fin de la recesión, la organización dice que no ve ninguna señal de que la recuperación esté beneficiando a los sectores más vulne rables de la sociedad española.