Qué importancia tiene el nombre? Un pacto comercial con cualquier otro nombre sería igualmente una victoria, pero no para Donald Trump. Una victoria definitiva para el presidente estadounidense es que él ahora puede hacer alarde de haber cumplido con una promesa. Y la actualización del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (llamado Nafta o TLCAN) convirtiéndolo en el nuevo Acuerdo entre Estados Unidos, México y Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés) lo habilita técnicamente a declarar que se deshizo del Nafta.
Aparte del nombre, el acuerdo anteriormente conocido como Nafta es inquietantemente similar al original. Mis colegas han revisado las principales actualizaciones sustantivas de la relación comercial, y a continuación se encuentra lo bueno, lo malo y lo feo.
Del lado de los puntos positivos se encuentra algo que no se parece a la habitual liberalización del comercio. El USMCA le agrega al Nafta nuevos requisitos para que México sea más complaciente con los sindicatos. También exige que el 40% del valor de un automóvil se produzca en fábricas que paguen a los trabajadores más de u$s 16 la hora para permitir que el vehículo cruce las fronteras sin pagar aranceles. La intención es, sin duda, favorecer la producción en EE.UU. o en Canadá, aunque el efecto también podría ser forzar a las plantas mexicanas a aumentar su productividad laboral mediante una mayor automatización o mediante mejores prácticas laborales. El resultado, en ese caso, sería tener menos pero mejores trabajos allá.
En cualquier caso, esto debiera considerarse como una victoria para Canadá, que hace tiempo que busca ajustes similares del Nafta que beneficien a la mano de obra. (Los canadienses también tienen algunas obsesiones similares a las de Trump con los nombres: le agregaron "Comprensivo y Progresivo" al Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés) cuando se rescató ese convenio después de la salida de EE.UU.). Mientras tanto, EE.UU. les garantiza a Canadá y a México amplio acceso libre de impuestos en caso de que impusiera nuevos aranceles a los automóviles provenientes de otros países.
Una mejora más convencional desde una perspectiva de libre comercio es que Canadá ha otorgado un mejor acceso a su mercado de productos lácteos y vinos estadounidenses. También es "bueno" que el panel de disputas del Nafta se esté manteniendo intacto. Eso no sucede con los tribunales especiales en los que las compañías pueden demandar a un gobierno que imponga regulaciones en contra de sus intereses, un mecanismo conocido como solución de controversias entre inversor y Estado (ISDS, por sus siglas en inglés). Pero ya era tiempo de decirles adiós. Los sistemas judiciales normales de los países desarrollados están perfectamente capacitados para adjudicar quejas corporativas.
Del lado de los puntos negativos se encuentra la introducción de una cláusula de caducidad: el USMCA finalizará en 16 años, a menos que las partes acuerden extenderlo. Eso no hace más que agregar incertidumbre. Canadá también accedió a ciertas extensiones de patentes, algo que EE.UU. había negociado enérgicamente en el TPP para proteger de la competencia a sus compañías ricas en propiedad intelectual. Esto implica un comercio menos libre, en vez de más libre.
Por último, lo "feo": no tanto en un sentido moral, sino en el sentido de que es complicado descifrar las consecuencias. El requisito de contenido regional para el comercio libre de aranceles se elevará del 62,5% al 75%. Esta medida supuestamente apunta a reducir las importaciones de repuestos de automóviles provenientes de países que no pertenecen al Nafta y fomentar la fabricación de autos dentro de la región. Pero el efecto podría bien ser el contrario. Si calificar para el comercio libre de aranceles implica hacer una costosa reconfiguración de la cadena de suministro de una compañía más costosa que pagar el arancel es probable que simplemente se renuncie al beneficio por completo. Y si tiene que pagar el arancel de todos modos, puede resultarle conveniente importar todavía más repuestos de orígenes que no estén dentro del Nafta. No es evidente cuál incentivo es el más fuerte. La industria en sí no parece pensar que esta medida vaya a conducir a una mayor inversión en la producción automotriz estadounidense.
En general, los cambios sustanciales equivalen a retoques de ciertos aspectos del Nafta tal como era antes. Quizás eso debería ser bien recibido. Richard Haass escribió en Twitter: "USMCA es NAFTA más TPP más algunos ajustes. Lo que sea. . . si Donald Trump y el Congreso ahora están preparados para adoptar una agenda procomercio, todo está bien".
Lo que es realmente "feo", sin embargo, es el efecto de reescribir el Nafta basándose en la política del comercio. El nuevo acuerdo significa que Trump se salió con la suya en su combinación de acoso e insistencia en los acuerdos bilaterales: México cedió bajo presión, dejando solo a Canadá y siendo blanco de los aranceles unilaterales hasta que Ottawa también decidió llegar a un acuerdo. Eso le sigue a la intimidatoria presión ejercida por EE.UU. sobre Corea del Sur con el fin de cambiar los términos del convenio comercial entre los dos países. Todo esto es un precalentamiento para el enfrentamiento con China, por supuesto, pero, como lo señala Paul Blustein, "las tácticas de acoso de Trump representan una amenaza mucho más letal que China al sistema basado en reglas".
Habría sido mucho mejor para el mundo, y para todos los países afectados, si no hubieran cedido ante las amenazas del Trump y hubieran continuado negándose a negociar "a punta de pistola". Eso lo habría privado de recompensas políticas por su unilateralismo, en lugar de alentarlo.
Tal como está, ¿podríamos al menos disminuir su simbólica victoria en el nuevo nombre del Nafta? Si podemos permitirnos una pequeña licencia anagramática, U-SCAM (que equivaldría en inglés a "tú estafas") tiene un cierto atractivo.
