
Los disturbios geopolíticos de las últimas semanas crean un nuevo nivel de amenaza a la infraestructura de la globalización. Los conflictos, actuales y futuros, en Ucrania, Medio Oriente y otros lugares ahora también están poniendo en verdadero peligro la recuperación de la economía.
El derribo del vuelo MH12 de Malaysia Airlines el mes pasado fue símbolo de la globalización en retirada forzosa. No podría haber una señal más obvia de que el comercio global se ve amenazado que la vulnerabilidad del tráfico aéreo civil. La multiplicación de sanciones económicas tras las acciones de Moscú en Ucrania coloca a Rusia más cerca de la autarquía. Mientras tanto, la discreta respuesta norteamericana a esos desafíos debilita la estabilidad y la previsibilidad, que es lo que apuntala la interdependencia económica. Si cae la confianza en la infraestructura de la globalización, el libre flujo de capitales (los bienes y servicios que cruzan fronteras) se verá afectado.
Estas fricciones geopolíticas se producen en el marco de un confinamiento en la mentalidad provinciana precipitado por la crisis financiera. La quiebra de Lehman Brothers demostró que no había mecanismo para desactivar instituciones financieras internacionales. Pese a los esfuerzos por ampliar la regulación internacional, la realidad es que los gobiernos nacionales corrieron a proteger a sus propios bancos.
En la eurozona, el sistema bancario se está fragmentando cada vez más. Las esperanzas puestas en una unión bancaria total se desvanecieron y el salvataje de bancos.
En cuanto al comercio y la inversión, muchas compañías decidieron que sus cadenas de abastecimiento eran demasiado extensas y volvieron a sus mercados internos.
Una pregunta es si en la globalización hay un momento crítico en el que la erosión de la confianza hace que la gente deje de volar, evite las compras y decida no invertir en una planta o maquinaria nueva, siendo ésto último crucial para sostener la recuperación. Si ocurre eso, el resultado sería, en la jerga económica, una serie de shocks de demanda negativos. La economía global no está en condiciones de enfrentar eso.
Otra pregunta tiene que ver con el apuntalamiento político de la globalización. En los mejores momentos del siglo XIX y en el período anterior a la retracción del crédito de 2007, el libre comercio estaba sostenido por potencias hegemónicas, Gran Bretaña y Estados Unidos respectivamente. En el mundo más multipolar de hoy, Estados Unidos está comprometido después de sus aventuras militares en Irak y Afganistán, y los norteamericanos tienen poco interés en la política externa intervencionista. Si bien los eventos en Irak llevaron al presidente Barack Obama a considerar una modesta acción contra el Estado Islámico de Irak, su foco sigue estando en retirar tropas, minimizar su participación en el extranjero y construir su nación. Aunque sea entendible, provoca incertidumbre que podría magnificar el costo del conflicto regional.
La lección para los no estadounidenses, y especialmente para los europeos, es clara. No dar por sentado que siempre estará el presupuesto militar norteamericano para ayudar. Europa tendrá que destinar mayor proporción de sus recursos propios para lidiar con una Rusia más firme, y superar su excesiva dependencia de la energía rusa. La lección más general, según Michael Spence, un Premio Nobel de economía, es que las actuales amenazas a la prosperidad, aquellas que necesitan con urgencia una eficaz cooperación internacional, son efecto de las tensiones regionales, conflictos y reclamos a las esferas de influencia. El mayor obstáculo para el crecimiento, agregó, es la pérdida de confianza en los sistemas que hicieron posible la interdependencia global.










