La economía brasileña está enferma. Lo señalan los "pequeños PBIs", la inflación alta y la desindustrialización. Son síntomas de la baja productividad del país, que se relaciona con el atraso tecnológico, la escala reducida y la falta de especialización que caracterizan a nuestras empresas de modo general.

Es el resultado del aislamiento económico que el país se impuso en relación al comercio internacional con exportaciones de solo 12,5% del PBI, que representan menos del 1,3% del total mundial en 2012. Medido por el PBI, Brasil responde por 3,3% del total mundial, un número 2,5 veces más alto que su participación en las exportaciones mundiales.

Mientras los acuerdos de preferencia comercial proliferan en el mundo, Brasil permanece atado a la letargia del Mercosur. Ahora que un brasileño dirige la Organización Mundial de Comercio (OMC), es una buena hora para revaluar esa política de aislamiento y promover una mayor integración del país al comercio internacional.

Los habituales diagnósticos acerca de la enfermedad brasileña de alta inflación combinada con un reducido crecimiento ponen el énfasis, correctamente, en la baja inversión y la alta carga tributaria, además de la educación precaria. Pero tuvo una menor presencia en el debate un factor tan o más importante que los anteriores, la reducidísima participación del comercio exterior en la actividad económica del país. Es una cuestión de naturaleza cuantitativa, porque en ese aspecto Brasil es un punto fuera de la curva en relación a los demás países, tanto o más que con respecto a la tasa de inversión, la carga tributaria o la calificación de la mano de obra.

Pero también hay que hablar de una cuestión de naturaleza cualitativa, de la estrategia de desarrollo. Intentar atacar simultáneamente todas las desgracias que obstaculizan el crecimiento del país llevaría al fracaso, porque no existe un gobierno que tenga fuerzas para tanto. Mejor concentrar las fuerzas en los nudos críticos que, una vez desatados, tengan el don de forzar el alineamiento de los demás requisitos para el crecimiento. Se trata de aplicar el principio de desarrollo desequilibrado sugerido por Albert Hirschman: en lugar de buscar un crecimiento imposible simultáneo de todos los sectores, la mejor estrategia para el desarrollo es provocar un desequilibrio regenerador, forzando el alineamiento de los demás requisitos para el desarrollo a una nueva realidad.

En ese contexto, Hirschman acuñó el término "exportabilidad" para caracterizar la manera en qué un proceso de industrialización podría llevar a un país subdesarrollado hacia un nivel más alto de crecimiento. No hay nada malo con la sustitución de importaciones -propuso él-siempre que a través de esa sustitución el país consiga desarrollar nuevas fuentes de exportación.

Brasil dio el primer paso, y constituyó una industria fuerte de manufacturas a partir de la sustitución de importaciones. Pero no dio el segundo paso, porque la industria brasileña produce solo para el mercado interno y no se integró a las cadenas internacionales de valor.

De acuerdo con el World Factbook de la Central Intelligence Agency de Estados Unidos, en términos del valor de las exportaciones de productos en 2012 Brasil ocupó la vigésimo quinta posición mundial, a pesar de que el PBI brasileño haya sido el séptimo a nivel global. Se trata de una anomalía, porque la Comunidad Europea ocupó el primer lugar en el mundo, tanto en términos de PBI como de exportaciones. Estados Unidos ocupó el segundo puesto en términos de PBI y el tercero por sus exportaciones. China se colocó en el tercer puesto por PBI y en el segundo lugar por exportaciones. Japón obtuvo el quinto lugar en ambas variables, mientras Alemania se posicionó como la sexta mayor economía mundial y la cuarta mayor exportadora en 2012.

El séptimo mayor exportador mundial fue Corea del Sur, cuyo PBI ocupó la décima tercera posición en el ranking global. Es decir que, países ricos o que han tenido éxito en la transición hacia el Primer Mundo son simultáneamente grandes exportadores. Pero eso no sucede en Brasil. Una situación igual a la de Brasil, con un PBI grande pero exportaciones pequeñas, es la de India (undécimo mayor PBI del mundo y vigésimo primero mayor exportador), un país pobre que a duras penas intenta transitar hacia una nación de clase media.

Cabría objetar que, a pesar de que Estados Unidos es un gran exportador, sus ventas externas de bienes y servicios responden por solo 13,6% del PBI del país, un número poco mayor que el de Brasil. Pero el PBI estadounidense representa prácticamente un cuarto del PBI mundial y supera en casi siete veces al de Brasil. Además, Estados Unidos opera en la frontera de la tecnología mundial, lo que está lejos de ocurrir con Brasil.

Un cuadro igualmente desalentador, desde el punto de vista de la integración brasileña en el comercio mundial, se revela cuando miramos los valores de las importaciones. En las estadísticas del Banco Mundial para 2012, la participación de las importaciones de bienes y servicios en el PBI de Brasil es de apenas 13%, el valor más bajo entre los 176 países cuyos datos analiza el banco. En Corea del Sur, la parte de importaciones en el PBI es de 54%, en Alemania de 45% y en China de 27%. Incluso Estados Unidos, con su economía gigantesca, importa 18% del PBI, casi 40% más que Brasil.

La conclusión es que vivimos en uno de los países más cerrados al comercio exterior. Lo que es paradójico, porque, al mismo tiempo, somos un mercado muy atractivo para la inversión directa de las multinacionales. Según el World Investment Report de 2013 de la UNCTAD, Brasil ocupa el cuarto lugar en el ranking de destinos preferidos para la inversión extranjera directa, ubicándose detrás de Estados Unidos, China y Hong Kong. Lo que se explica porque las multinacionales llegan al país para explotar el mercado interno protegido y no para integrar el país a sus cadenas productivas mundiales, como ocurre con sus subsidiarias en los países asiáticos. La paradoja es que tenemos una cuenta de capital abierta al flujo de inversiones, pero una cuenta corriente cerrada al flujo del comercio. Se trata de una receta perfecta para lo que la literatura económica denomina "crecimiento empobrecido". Las multinacionales lucran con la inversión en el país, pero el resto de la economía languidece, al transferir para la sustitución protegida de importaciones recursos locales que podrían emplearse con más eficacia en actividades exportadoras.

El aislamiento del país en relación al comercio internacional es preocupante porque la evidencia de pos-guerra sugiere que no existe un camino hacia el pleno desarrollo por fuera de la integración con el resto de la comunidad internacional. Hay pocos países que consiguieron superar la llamada trampa de la renta intermedia y llegar al primer mundo en los últimos 60 años. Algunos, como Israel y los países del sudeste asiático -Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán-lo hicieron apoyados en las exportaciones industriales. Otros, como los de la periferia europea -España, Grecia, Irlanda y Portugal-en las exportaciones de servicios, inclusive de mano de obra. Y otros, con abundantes recursos naturales y escasa población, como Australia, Nueva Zelanda y Noruega, en las exportaciones de commodities. Cada país a su manera, explotando sus respectivas dotaciones de recursos, pero todos con una característica en común: la creciente integración con el comercio internacional.

En la década del sesenta, la renta per cápita en Corea del Sur era inferior a la de Brasil. Sin embargo, su estrategia de industrialización se basó en la promoción de exportaciones, mientras que Brasil insistió en la sustitución de importaciones. En 1970, las ventas externas de bienes y servicios del país asiático representaban 15% del PBI, mientras en Brasil esa relación no alcanzaba la mitad de ese porcentaje, o 7% del PBI. Cincuenta años después, en 2012, el coeficiente de exportaciones de Corea del Sur era 3,9 veces más alto que en 1970, situándose en 58,5% del PBI. Por su parte, el coeficiente de exportaciones de Brasil fue de 12,5% del PBI el año pasado, 1,8 veces superior al de 1970. Visto de otro modo, Corea es hoy un país desarrollado, con un PBI per cápita de u$s 32.800 y una corriente de comercio (exportaciones más importaciones de bienes y servicios) superior al valor de su PBI, mientras Brasil continúa como un país de renta media, con un PBI per cápita de u$s 12.100 y una corriente de comercio inferior a un cuarto de su PBI. No hay dudas de que el extraordinario potencial exportador de Corea del Sur está asociado a su excelente infraestructura, al avance tecnológico de sus empresas líderes y a la calidad de su educación. Lo que hubiera sido muy difícil de concretar, o tal vez imposible, sin la decisión del gobierno coreano, en la década de 1960, pero especialmente después del primer shock de petróleo, en 1973, de dar "exportabilidad" a su proceso de industrialización.

Ese es el desafío que enfrenta Brasil. Para superar la trampa de la renta mediana, es imperativo que deje de ser uno de los países más cerrados del mundo al comercio internacional. Solamente aumentando significativamente la participación de las exportaciones en el PBI podremos dejar de ser un exportador de commodities y conseguir desarrollar una industria y un sector de servicios internacionalmente competitivos.

El ejemplo de Embraer, que importa 70% de lo que exporta, indica el camino hacia el futuro. La presencia maciza deprácticamente todas las multinacionales relevantes es un activo importante para que el país pueda integrarse a las cadenas mundiales de valor.

La sugerencia para la alternativa integradora pasa por un programa pre-anunciado que debe implantarse gradualmente, a lo largo de un número de años. Por ser un programa gradual, y no un tratamiento de shock, se necesita construir previamente un consenso político y social que los sostenga.

*Edmar Bacha es director del Instituto de Estudios de Política Económica / Casa das Gracas. Una versión ampliada de este artículo puede encontrarse en www.iepecdg.com.br l