Inflación, déficit fiscal, caída de la actividad económica, desempleo, elevada presión impositiva... La enumeración de problemas que afectan a la economía se puede aplicar tanto para la realidad argentina como para la brasileña. Y la forma de afrontarlos también, aunque en el gigante del Mercosur se conceda que el camino elegido es el de la aplicación de recetas ortodoxas y desde este lado de la frontera se enarbole la bandera de una heterodoxia que va cediendo terreno.
Dilma Rousseff optó por reducir el gasto y se apresta a anunciar un fuerte congelamiento del presupuesto para cumplir con las metas fiscales, mientras procura sellar acuerdos comerciales y atraer inversiones que ayuden a Brasil a salir de la recesión. Entre otras medidas, Cristina Kirchner eligió gravar con Ganancias los ingresos medios y ponerle un techo a las negociaciones salariales, inferior al nivel inflacionario que registró el país el año anterior.
En ambos casos, la decisión implica aplicar un ajuste que genera tensiones en aquellos que lo sufren. Y en la Argentina, ese malestar se traduce hoy en una creciente conflictividad gremial. Así, el Gobierno hace malabares para que los sindicatos afines y las cámaras empresarias accedan a firmar los acuerdos paritarios sin mostrar que los números superan lo anunciado, mientras los gremios opositores hacen fila para llenar el calendario de medidas de fuerza. Consecuencias de la puja por definir quién asume el costo del ajuste.