Junto al cuestionado índice de inflación que divulga mes tras mes el Indec desde enero de 2007, la discusión por los subsidios que otorga el Gobierno a sectores económicos se ubica en el pedestal de los temas ignominiosos al interior del kirchnerismo. Nacieron al calor de una demanda concreta de la maltrecha economía de 2003, que necesitaba de estímulos para ponerse de pie, pero se hicieron resistentes a la bonanza de los años siguientes y hoy se llevan más de un 4% del PBI. El motivo tiene nombre y apellido: Néstor Kirchner. El ex presidente era un hombre convencido de la necesidad y conveniencia de mantener las subvenciones del Estado para conservar las facturas de servicios públicos congeladas aún en épocas de vacas gordas, cuando la mayoría de los consumidores podría pagarlas. Su tozudez condujo a más de una pelea con los funcionarios de su riñón patagónico, como el ministro de Planificación, Julio De Vido, y el secretario de Energía, Daniel Cameron.
El laberinto de los subsidios llevó al entorno de De Vido a plantear ideas alocadas para sortearlos. Una de ellas proponía que cada consumidor, a la hora de pagar su factura, no sólo hiciera el desembolso correspondiente a su consumo, sino que también realizara un aporte voluntario debido al bajo precio que pagaba. La sugerencia no prosperó.
Cameron, quien consideraba a Kirchner su amigo, al igual que De Vido, se enfrentó varias veces por el tema con el ex presidente. Estaba convencido de que las subvenciones masivas eran una mala señalar para los inversores petroleros y eléctricos. Cameron tiene un defecto condenatorio para la política grande: suele decir la verdad cada vez que se le pregunta algo, sin acudir a los discursos cuasi memorizados habituales en funcionarios. Fiel a su estilo, poco después de la muerte de Kirchner reconoció ante un grupo de empresarios que tenía razón el ex presidente. Pensé que había cosas que no iban a aguantar, pero tenía razón Néstor, reconoció.
José Luis Lingeri, secretario general de Obras Sanitarias y director de AySA, pasó por una situación similar. En varias oportunidades acercó propuestas para incrementar la tarifa y reducir subsidios. Lo desvelaba la idea de que la empresa fuera sustentable en sí misma, sin tanta necesidad de aportes del Fisco, al menos para su operación cotidiana. En su entorno llegaron a elaborar otra alternativa heterodoxa: aplicar subas de $ 1 por mes, un número insignificante, para cada factura. Ninguna de sus propuestas salió airosa luego de ser presentada a la pareja presidencial.
Un pedido en la misma dirección realizó en varias oportunidades su par de Luz y Fuerza, Oscar Lescano. El sindicalista llegó a obtener un supuesto visto bueno de Cristina, que casi al instante cambió de opinión.
Recién en 2009, en el marco de la crisis financiera internacional que amenazaba las arcas domésticas, el Gobierno avanzó en un plan para reducir subsidios. Pero segmentó los aumentos por cantidad de consumo. Así, por caso, una familia multitudinaria de bajos ingresos, que por falta de gas se calefaccionaba con electricidad, llegó a recibir una factura varias veces multiplicada y despertó la ira de consumidores, las asociaciones que los representan y la oposición fortalecida por aquellos días en el Congreso. De Vido tuvo que dar la cara y aplicar la marcha atrás de la medida casi en su totalidad.
Es uno de los pocos errores estratégicos importantes que le reprochó a Planificación el matrimonio presidencial. Es por eso que en esta ocasión el ministro tomó la mayor cantidad de recaudos a su alcance y prometió una aplicación paulatina del retiro de los subsidios que hasta cosechó las felicitaciones de las asociaciones de consumidores que hace dos años lo habían denostado.