En todos los debates y acusaciones cruzadas respecto a la cuestión del dólar en nuestro país hay una gran ausencia: la admisión de que el dólar no es el problema en la Argentina. El problema es el peso. El valor del peso se derrumba año a año desde 2003. Cuando Néstor Kirchner asumió, un peso valía 35 centavos de dólar y hoy no llega a los 7 centavos de dólar. Los Kirchner le quitaron a nuestra moneda 80% del valor que tenía cuando asumieron.

El motivo es muy sencillo: moneda que un gobierno desprecia, se deprecia. El gobierno desprecia y deprecia nuestra moneda desde la máquina de hacer billetes. Imprimen papelitos de colores con caras nuevas y números de serie que llegan al infinito, haciendo negociados en el camino, y nos hacen creer que eso es riqueza. No es riqueza, es alimentar la inestabilidad, la inflación y la pérdida de poder adquisitivo del salario.

No es difícil conseguir una moneda estable pero flexible. Lo hacen todos nuestros vecinos, incluso los que sufrieron episodios de hiperinflación en el pasado. Tener una moneda estable significa la rigidez de la convertibilidad, que lleva a la deflación. Tener una moneda flexible no implica la depreciación de esta década, que lleva a la inflación. Estable quiere decir que en un plazo largo nuestro signo monetario no pierda sistemáticamente valor frente a las divisas de reserva pero que en el plazo corto pueda apreciarse o depreciarse moderadamente para acomodar la economía sin pérdidas de empleo a los impactos que puedan venir desde el exterior. Lo hace Bolivia, lo hace Brasil, lo hace Australia. Los argentinos también podemos si decidimos cambiar. Estamos a tiempo.