El centro comercial de la ciudad de San Pablo tiene algunas similitudes con la City porteña. Al igual que en la peatonal Florida, los vendedores ambulantes copan la mayoría de las calles más transitadas de esta zona. En las cercanías, hay pequeños puestos "Nordestinos", bares muy sencillos para comer algo de paso, que reciben a los empleados de los comercios que trabajan en el área.

Y entre de los centros comerciales y los locales de ropa asoman hombres y mujeres con pecheras de un amarillo brillante. Se trata de los "arbolitos del oro" que recorren la zona incansablemente en busca de clientes. A plena luz de día recitan su frase más conocida: “Oro, oro, compro sus alhajas al mejor precio".

A diferencia de lo que sucede en la Argentina, el brasileño no tiene la obsesión del ahorro en dólar. Pero, más allá del aspecto cultural, hay explicación oficial: en Brasil está prohibido ahorrar en moneda estadounidense por el principio jurídico de "curso forzado de la moneda nacional" que fija que el Real es la única moneda en que se permite hacer transaciones, cotizar propiedades, ahorrar en un Banco (sólo pueden tener cuenta en dólares los extranjeros que residen temporalmente en el país y los brasileños que residen en el exterior).

Por eso, si bien la compra es libre y no hay restricciones como en Argentina, el Gobierno analiza cada operación que se hace respecto al dólar, que debe estar vinculada a una transacción con el exterior (viaje, compra, importación, transferencia, etc). Si un brasileño quiere comprar u$s 500.000, puede hacerlo. Pero la Aduana analizará a través de su CUIL si tiene forma de justificarlo en función de sus bienes declarados y, aún en caso positivo, también analizará si en el año fiscal la persona realizó algún viaje al exterior que justifique la compra. De lo contrario, tomará nota y entenderá que la cifra obtenida es para ahorro, por lo que citará a declarar al comprador.

Con estos inconvenientes, el brasileño medio prefiere ahorrarse el dolor de cabeza. Y sólo las personas que necesitan un gran monto de dólares y no tienen forma de justificarlo acuden a los cueveros.

En cambio, el oro se escurre de forma más fácil en el mercado negro: a plena luz del día se puede ver a los "arbolitos" intentando cerrar alguna transacción con sus clientes. Les promete el mejor precio en función de los kilates de la pieza. Las joyas de una abuela, un anillo de compromiso o la medallita de algún Santo. Todo vale.

Los lugares para realizar el trato suelen ser las oficinas que rodean el centro comercial. Pero la locación precisa es un misterio: sólo se puede ir por recomendación o acompañado por el "arbolito".

Los más habitués tienen también una seña propia para poder ingresar

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