El Nobel en Economía, Paul Krugman, de paso por el país, hizo críticas a la política económica de los últimos tiempos: marcó su "exceso de heterodoxia". Aquellas empalmaron con las de una nota en la que alerta respecto del arraigo del déficit fiscal en la Argentina, financiado con emisión, llevando a una persistente inflación y a bemoles del balance de pagos. Valen estas apreciaciones, porque apuntan a las condiciones de contexto y a los requisitos ligados a las dosis de las variables y políticas inherentes a las formulaciones de política económica.

Krugman criticó la convertibilidad por el agudo retraso cambiario real que implicaba, aprobando globalmente la alternativa de régimen que la sucedió. En años recientes, destacando el fuerte repunte inmediato argentino asociado a ese cambio de régimen, presentó nuestro caso como arquetipo de la preferible opción de la devaluación externa, frente a la penosa devaluación interna asumida en la Unión Europea.

Ya en el plano de la economía mundial, últimamente defendió con fervor en EE.UU. las políticas de estímulo no convencionales, incluido el aporte del déficit fiscal. Y, a nivel teórico, en su exposición de hace meses en Sintra, Portugal, recomendó elevar claramente el objetivo de inflación referencial en los esquemas de metas de inflación. Krugman es un heterodoxo decidido, pero no radical, como sería del gusto de algunos.

De todos modos, es sensible a la necesidad de computar los contextos. En el seno de la economía hegemónica EE.UU., con plena soberanía monetaria, con una moneda que es la primera reserva mundial, y en medio de una seria trampa de liquidez, Krugman no dudó en avalar políticas de orden fiscal y monetario bien expansivas. Lo cual, no obstante, no conforma una receta de mecánica aplicación general. Ignorar esto, es torpe.

Vuelto a nuestro caso, Krugman, mientras antes apoyó la experiencia post convertibilidad (y el repudio de la deuda) opción heterodoxa, aclara ahora como los severos desarreglos en materia de déficit y de dominancia fiscal son contraindicados, instigando una inflación excesiva y bemoles de balance de pagos; un exceso de heterodoxia.

Seguramente, Krugman disiente con nuestro enfoque de la matriz macroeconómica asociada al objetivo del tipo de cambio competitivo estable en el tiempo al fin y al cabo, el colega asume una versión aggiornada del esquema de metas de inflación, pero, es innegable que dicha matriz, mientras se la respetó, tenía una visión fiscal ordenada y sin dominancia fiscal, con una política monetaria que atendía a sus objetivos múltiples. Ese marco cuajó con un crecimiento fuerte y sostenido, con una inflación superior a la de los 90 pero tolerable, asentándose en una demanda global pujante y en la competitividad cambiaria, permitiendo al país rebosar en divisas. Un esquema de dosis bien armonizadas en cuanto a variables y políticas, posibilitó uno de los lustros más notables de nuestra historia.

Luego, hubo un giro tajante. Se pasó a sobreexcitar la demanda interna, cayendo en la prociclicidad expansiva del gasto público, con un franco deterioro de las cuentas públicas y con dominancia fiscal, sojuzgando la política monetaria, contexto en el cual, la puja de ingresos se desencuadró mayormente. Operando una alta inflación, se retrotrajo al tipo de cambio al rol de ancla de precios, reciclando una aguda sobrevaluación cambiaria real. Resultado: la restricción externa, irradiando en estancamiento y en exposición del mercado laboral. Y, cuando ella es el quid, con las distorsiones asociadas, no es feliz fijar como la prioridad al déficit fiscal y a la demanda interna.

En ocasiones, vale una mirada foránea conspicua, aunque no implique una autoridad definitiva, máxime si es informada y mostró aciertos. Del asunto se desprende que el campo de la heterodoxia es amplio, pero también muy heterogéneo. Y, según se ponderen, por ejemplo, los contextos y las combinaciones de políticas, los resultados pueden diferir mucho.