El contexto financiero internacional tiene algunos rincones de incertidumbre. Dos países en particular, Argentina y Turquía, aparecen como los más débiles en materia financiera y monetaria, con reservas de libre disponibilidad que pueden ser insuficientes. Por ello sus respectivas monedas nacionales, el peso y la lira, se han debilitado notoriamente, preocupan y están bajo la lupa de muchos.

Nuestro país, que camina lentamente hacia las elecciones presidenciales de octubre próximo sin un horizonte político definido, ha recurrido al Fondo Monetario Internacional para así tratar de paliar la situación. Hasta ahora, con éxito.

Turquía, por su parte, está perdiendo aceleradamente reservas y la clara derrota del partido "AK" -el de su actual presidente, el populista Recep Erdogan- en las recientes elecciones municipales de su país le agrega una dosis de dramatismo a la crisis de confianza que la debilita. Ocurre que esa derrota es visible. Inocultable, más bien. Y es una fuerte señal interna, que inevitablemente golpeará a Turquía en los mercados financieros internacionales.

La oposición turca laica no sólo se impuso en Estambul. También lo hizo en el pulmón económico del país, en Ankara entonces. Y en la ciudad de Izmir.

Por primera vez en los últimos 16 años el presidente Erdogan prueba el sabor -siempre amargo- de la derrota. Y el futuro político inmediato se ha complicado mucho para él. Después de un cuarto de siglo de continuas derrotas, para la oposición, en cambio, el viento político parece haber virado, en su favor.

Como premio consuelo, la coalición oficialista se impuso cuando se considera al país como un todo, en su conjunto. Obtuvo el 51,63% de los votos totales. Pero esto último ciertamente no alcanza para cambiar el clima de pesimismo que reina sobre quienes siguen de cerca la evolución de la economía de Turquía. Después de todo, fue el propio Erdogan quien había sembrado alarma señalado, durante la reciente campaña electoral, que el resultado de las urnas era "una cuestión de supervivencia" para su hoy preocupado país.

Pero lo cierto es que los votantes castigaron al presidente turco por dos razones principales: (i) una demasiado alta tasa de inflación, del 19% anual; y (ii) una desocupación del 13,5%, que no parece tender a disminuir y que perjudica muy especialmente a la juventud, cuando de buscar un primer empleo se trata.

Por todo esto las urnas reflejaron claramente el triunfo de los descontentos. Mientras tanto, el país sigue perdiendo reservas en procura de sostener el ya decaído valor de la lira, que se evapora de los bolsillos de quienes mantienen tenencias en esa debilitada moneda.

En paralelo, para la Argentina, que como Turquía está también sumida en la recesión económica, los resultados de las elecciones nacionales de octubre próximo son también inciertos. Pueden hasta, de pronto, traer aparejados cambios de rumbo en materia económica.

Lo que naturalmente genera incertidumbre. Tanto en nuestros acreedores, como en nuestros inversores externos, así como en nuestra propia comunidad inversora doméstica.

Por todo esto, una nube de desconfianza también se ha estacionado sobre nosotros, ensombreciendo el futuro inmediato. Situación que presumiblemente no se despejará hasta que la decisiva elección nacional que se aproxima determine, en octubre, si el desilusionante estado actual de cosas se mantiene o si, en cambio, se modifica en alguna dirección sensata y saludable.