Argentina tiene muchas cosas de las que enorgullecerse. Una de ellas es su mundialmente reconocido sistema de transporte automotor de pasajeros, nuestros queridos colectivos. Muchas veces se lo da por sentado, pero no es habitual encontrar grandes urbes en el mundo -y mucho menos en América latina- en las que un medio de transporte circule de forma regular a menos de 10 cuadras de los hogares de todos sus habitantes. Pero para garantizar la sostenibilidad de este activo social, se requieren inversiones permanentes, que desde hace muchos años las empresas no están en condiciones de realizar. Veamos el contexto.
La pandemia agravó una situación muy compleja de arrastre que enfrenta el sistema público de transporte de pasajeros. Los recortes de subsidios y los retrasos en la actualización de los cuadros tarifarios de los últimos años hicieron que el sistema deba enfrentar los desafíos de la pandemia en una situación de fragilidad. Al momento de publicarse estas líneas circula el 80% del parque móvil del sistema, pero transportando casi el 60% de los pasajeros habituales. El 20% del parque restante no se está moviendo por haber personal de vacaciones o encuadrado en grupo de riesgos (a los cuales de toda forma se les paga los salarios). Conclusión: el sector está afrontando costos por el 100% de su capacidad instalada con compensaciones que se pagan a precios de insumos del mes de agosto 2020 (según resolución MT 313/20)
¿Cómo hace el sector para financiar este "esfuerzo"? Deja de renovar unidades, lo que se traduce en un deterioro permanente de los coches que circulan, una menor calidad de servicio para los usuarios y pérdidas de puestos de trabajo en las plantas carroceras que abastecen al sector. El emblemático cierre de Metalpar, en febrero de 2019, es el emergente claro y concreto de un deterioro que se profundiza cada vez más.
Frente a este panorama, además de dar respuesta a las necesidades inmediatas, se impone un trabajo profundo acerca del sistema de transporte de colectivos que queremos para nuestro país. Tras la pandemia, las ciudades no volverán a ser las mismas, de modo que se impone una revaluación de recorridos, centros de transbordo e interconectividad con otros medios de transporte. También una readecuación tecnológica, para dar mayor seguridad a los pasajeros y confort: con las aplicaciones disponibles no tiene ningún sentido que los usuarios esperen más de cinco minutos en las paradas. Por otro lado, las nuevas pautas de sanitización, separación de pasajeros y del conductor dentro de las unidades, llegaron para quedarse.
Hace más de 100 años que los argentinos eligen el colectivo como su principal medio de transporte. Más del 80% de los viajes en el AMBA se realizan en sus unidades, y apenas el resto se reparte entre subte y trenes. Y lo hacen porque es el medio más seguro y confiable. Estimular iniciativas individuales como la motocicleta o la bicicleta, puede generar réditos en términos de márketing, pero no resuelven las necesidades de quienes se mueven todos los días por las ciudades, a merced de las inclemencias climáticas y los altos niveles de inseguridad vial y personal.
En Argentina y en el mundo hay colectivo para rato. Es momento de decidir entre todos cuál es el camino para que el transporte público automotor de pasajeros siga siendo un orgullo para nuestro país.